eía sobre la evolución de Neandertales hacia Sapiens, aunque ahora me parezca nombre poco apropiado, y en un momento el autor recuerda uno de tantos pensamientos de San Agustín. El cura filósofo preguntándose sobre qué es el tiempo, se contestaba que, si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Ahí me paré a cavilar sobre el tiempo pasado en la política y lo que ésta ha cambiado, recordando que la de tiempo atrás, con sus altos, sus bajos y sus circunstancias, me parecía una práctica que pretendía transformar las ideas en hechos. La que ahora veo, cuya hipérbole es la que transcurre por Madrid, me lleva al desencanto sobre lo que la política ha llegado a ser. Ya no es convertir en realidades los ideales que cada grupo alberga, ahora la política es táctica para llegar al poder y luego, ya si eso, ver qué hacer. Esa nueva política, aunque parece ser solo dialéctica repleta de exabruptos, es peor cuando entrevera una suave voz, sin que su autora se ponga colorada, capaz de proclamar que libertad es romper con tu pareja y no volver a verla porque Madrid es grande o que libertad es poder salir del trabajo e ir al cine y tomarte una cañita. Oído esto, pienso que el bueno de Agustín diría que, si le preguntan sobre Dña. Ayuso no sabría qué contestar y si no le preguntan, coño, casi mejor. También concluiría que definitivamente no sabe lo que es el tiempo, ya que la idea de Ayuso viene a decir que este no pasa, incluso no existe, pues ese modelo de libertad es el mismo que se daba durante la dictadura, cuando si rompías con tu pareja, agur y tal, y cuando querías te tomabas unas cañas en el bar, solo faltaba. Entre tanto, mientras descubro que no hemos evolucionado casi nada desde que somos supuestamente sapiens, D. Franco se cabreará en su tumba al descubrir que lo que realmente nos dio fue, según Ayuso, libertad.