urante las últimas semanas los datos covid en Euskadi han sido muy malos. Muchas cifras -número de contagios identificados, por ejemplo- son peores que las de nuestros vecinos, lo cual añade desconfianza al ya conocido cansancio. Quienes afirman que nuestras instituciones lo hacen todo muy mal creen haber encontrado su minuto de oro. Uno de ellos ha escrito, revelando así su naturaleza, que lo único bueno de la pandemia es que nos demuestra lo malo que es nuestro gobierno.

El lehendakari Urkullu compareció ante el Parlamento el viernes para decir que esa lectura no es justa, que no es cierto que nuestras cifras, leídas con perspectiva y profundidad de campo temporal, sean en conjunto peores que las de nuestros vecinos. Para ello ha sido fiel a su estilo notarial, más de datos que de adjetivos.

El incremento de fallecimientos durante los meses de la pandemia, calculado sobre el mismo periodo del año anterior, ha sido la mitad en Euskadi que en el resto del Estado. Para algunos esto puede ser una estadística que ignorar, para otros puede resultar la diferencia entre un ser querido vivo o muerto.

Según los datos del Ministerio de Sanidad, desde el principio de la pandemia hasta esta semana pasada se han hecho en todo el Estado 973 pruebas por cada 1.000 personas, mientras en Euskadi se han hecho 1.326 por cada 1.000, es decir, un 35% más. Solo La Rioja y Nafarroa han realizado más test. Sin embargo el número total de contagiados acumulado en ese periodo sería, según el Ministerio, menor en Euskadi que en la media del Estado. El porcentaje de población vasca con una y con dos dosis de vacuna a día de hoy es clavado a la media estatal. La presión en UCI es menor que en otras comunidades tan relevantes como, por ejemplo, Madrid.

Sin duda nuestros datos de estas semanas pasadas son malos. Sin duda hay siempre mucho que aprender de otros y mucho que mejorar. Pero poner los datos en perspectiva ayuda a ver la película completa. Hace unos meses, cuando creíamos que nuestros datos eran mejores que los de nuestros vecinos, publiqué aquí unas frases que me gustaría rescatar:

"La pandemia no se deja retratar con una cámara de fotos. No basta el dato de un momento, necesitamos ver el proceso largo, como una serie televisiva que no podemos entender analizando un fotograma. Hace unos meses Portugal era ejemplar y luego rozó el desastre. Un día Suecia nos deslumbra por su originalidad y al día siguiente se pone a la cola e imita al resto. Necesitamos de prudencia para analizar realidades complejas que cambian".

Mi hija, que estudia este curso en Iparralde, ha pasado en lo que llevamos de año varias semanas en casa por cierres ordenados desde París. Su hermano menor, que la mira con indisimulada envidia, ha acudido a su centro en la CAV todos y cada uno de los días del curso. Cuando comenzábamos el curso los cantos apocalípticos de los arúspices del ocaso anunciaban el desastre, sin embargo hasta la fecha se ha podido proteger con razonable dignidad el derecho a la educación, con el consiguiente efecto positivo sobre la conciliación de los padres.

Celebramos el éxito británico pero olvidamos que hasta hace diez días no podían allí hacer muchas cosas que nosotros sí hacemos aquí en esa búsqueda difícil de equilibrio entre los intereses y las necesidades de todos los sectores. Este equilibrio nunca será perfecto, es inestable y hay que corregirlo sobre la marcha aprendiendo de lo que funciona y lo que no: se llama complejidad y es un concepto que no se puede atrapar mirando unas pocas gráficas y que a los que viven en la crítica fácil, eterna y total les resulta esquivo.

La pandemia ofrece una oportunidad de oro para el simplismo. Frente a la complejidad preferimos el dato descontextualizado de supuesta lectura plana. Para eso están los populismos: para darnos respuestas tan tentadoras como letales para nuestra democracia.