ace unos días estuvimos con nuestras txikis en una exposición sobre dinosaurios. Las réplicas de los ejemplares estaban articulados y se movían, supuestamente, como lo harían los reales en su momento, mientras de fondo sonaba en bucle la banda sonora de Jurassic Park. Sin pararme a valorar la muestra, lo importante es que nuestras criaturas se fueron a casa flipando en colores, como flipé yo cuando una de ellas identificó con todas sus sílabas al Triceratops, su dinosaurio preferido. Y oye, estamos amortizando la visita a tope. Tanto es así que hace unos días, cuando llevé a mis pequeñas al cole y me senté un rato con ellas y una de nuestras maravillosas laguntzalies en la alfombra de la gela antes de la despedida, asistí a un interesante debate entre varias txikis sobre cómo podrían ingeniárselas para ver de cerca a los dinosaurios, sin que estos repararan en su presencia. Una pequeña de cinco años expuso que primero había que saber a ciencia cierta cuáles de ellos comen carne y cuáles hierba, por si acaso. Y mientras leía los nombres ilegibles de los dinosaurios en un librito, entre todas iban calibrando peligrosidad y tamaño. Porque claro, un Diplodocus come hierba, "pero si te pisa te hace una avería", comentó. A otra se le ocurrió subirse a un globo con un dragón que echara fuego para inflarlo y poder ver a los bichos desde arriba. A otra lo del globo le pareció poco y propuso un cohete, pero decidieron que el cohete se iría demasiado lejos y entonces no iban a ver nada. Otra apostó por esconderse detrás de una roca grande y verles con un catalejo. Mientras, la laguntzaile les animaba con más preguntas. Y entonces me puse a pensar en cuántas veces me pidieron mi opinión cuando tenía su edad, en cuántas veces les pedimos opiniones en el ámbito educativo y en cómo y cuánto fomentamos su pensamiento crítico...