oda una vida, a veces desgraciadamente corta, se pasó la txabalería punkie de los ochenta con el kaos como bandera y mira lo que son las cosas, ha llegado la gente formal y bien vestida y les ha dejado, en lo que al asunto respecta, en paños menores o hasta sin ellos. Amparados en cifras como aquellos en decibelios, hacen, deshacen y nos tienen sumidos en el desorden vital y en la enajenación mental tratando de adivinar el sentido y el destino de las normas que nos proponen. Normas que a menudo chocan unas contra otras, como buen modelo caótico supone, haciendo que sea crecientemente difícil saber a qué atenerse para evitar la propuesta de sanción impertinente, y en silencio, eso sí. Responder a un agente de la autoridad puede convertirse en resistencia, y hacerlo con la autoridad en sí, en desacato, negacionismo y falta de solidaridad. En estos tiempos no se aceptan los grises, y no hablo de esos que curtían con sus porras los lomos de aquellos punkies, no, hablo de los matices. Cuestionas un fleco y te acusan de quemar el manto, y mientras tanto, semana sí y semana también se organiza un nuevo despropósito y ya van muchos. Parece que hubiésemos sustituido aquellos conciertos que antaño florecían por doquier por estos desconciertos que nos vamos acostumbrando a ver. Ya no leemos letras de canciones ni fanzines alternativos. Tenemos bastante con el boletín y sus adaptaciones policiales. Cosas del progreso. Y mientras tanto llega la semana santa con fuerza y costumbres de antaño. Recogimiento, silencio, ayuno y abstinencia, nada de espectáculos y prontito a casa. Estoy por poner la radio a ver si hemos vuelto también a lo de la programación en exclusiva de música sacra y mirar si en la tele ponen La Túnica Sagrada. En fin, quiera dios, sabe quién, que acabe pronto este caos, pero me da que para este domingo de pascua no va a ser.