ué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?". Así verbalizaba Platón hace más de dos milenios su preocupación por las generaciones venideras.

Un recurrente lamento de quienes alcanzan una edad provecta, desde la antigua Grecia hasta nuestros abuelos, padres y nosotros mismos si hemos empezado ya a peinar canas. No falla. La chavalería y su disoluta moral son siempre responsables de todos los males contemporáneos.

Es la brecha generacional. Los viejos no entienden a los jóvenes, que están encantados con no hacerse entender. Ahora que estamos en alerta naranja tirando a roja y acecha la cuarta ola del virus, el foco del pueblo justiciero empieza a señalar nuevo a los púberes.

Los dedos acusadores pertenecen a quienes, en cuanto vuelvan a cerrar los interiores de los bares, se arremolinarán en sus aledaños para socializar en botellones de café. A quienes a la mínima burlarán las normas para irse de puente. A quienes aplican toda su vida un doble rasero moral, uno para los seres superiores y otro para el resto de pobres mortales. Especialmente si son jóvenes.

Pero a los chavales ya les suena toda esta música. Y no se van a dejar amilanar por quienes tratan de criminalizarles de forma injusta. En el fondo, saben que la rebeldía va asociada a su edad, y que, para dar respuesta a los retos de un futuro incierto, no pueden esperar nada de la gerontocracia que ha olvidado que un día fue joven y ahora quiere que nada cambie. Saben que una juventud difícil es esencial para un futuro mejor. A ellos les toca arriesgar, desafiar el orden establecido y luchar contra la injusticia. Por mucho que les despellejen los yayos.