olví a escuchar ayer, como cada 8 de marzo -da igual con o sin pandemia-, el consabido latiguillo acompañando esta o aquella declaración: Todavía queda mucho. Y sí, no es mentira, aunque para mi estupefacción, siento que al tópico le ha crecido musgo. Ya no es que haya por delante un camino por recorrer; es que en muchos ámbitos y en ciertos aspectos se ha retrocedido.

Lo comprobé con espanto recopilando material para La maraña mediática, la nueva sección que publico en las webs del Grupo Noticias. Incluso conociendo el ganado cavernario casi como la palma de mi mano, no daba crédito al hediondo machirulismo de las andanadas que fui leyendo. Lo mismo llamaban a las feministas trastornadas y faltonas, que las tachaban de hormiguitas que se sienten superiores o de siervas de la plutocracia. Eso, por no mencionar a todos los opinadores con colgajo que las acusaban de estar ejerciendo mal la lucha por la igualdad. Todo, con una visceralidad y un desparpajo que hablan a las claras del envalentonamiento de los trogloditas. ¡Los que se han empoderado han sido ellos! Por alguna razón, sienten que sus mensajes casposos no solo no van a ser afeados, sino que, además, serán jaleados con estrépito por una legión de cenutrios que también han decidido no cortarse a la hora de mostrarse tan necios como son.