n 1868 se publicó la novela de Louisa May Alcott, que en la infancia de Horacio se hizo popular a través de la película de 1949 de Mervyn LeRoy, años después de otra versión en celuloide de George Cukor. El caso es que los recuerdos que afloran en la memoria de nuestro protagonista son de un folletón cursi y almibarado, de cenicientas y galanes trasnochados, de amores platónicos y bailes de salón, de mujeres de otra época en definitiva.

Y sin embargo, cuando salió la novela rompió con muchos estereotipos sobre la feminidad que sobrevolaban una sociedad americana enclavada en la Guerra de Secesión. Y sería bueno recordar que en aquellas fechas precisamente, en España se producía una revolución llamada Gloriosa en donde se echaba del país a gorrazos a una reinona, Isabel II, casualmente de la dinastía de los Borbones (sólo por mencionar cositas de la Historia...)

Horacio saldrá a la calle el próximo 8 de marzo cumpliendo todas las medidas precautorias que hagan falta, y que permitan las autoridades competentes (e incompetentes). El facherío hizo bandera el año pasado de la manifestación del Dia de la Mujer para responsabilizarla de contagios y mandangas similares. Por ello precisamente hace falta seguir reivindicando la causa del feminismo, la igualdad de derechos, la erradicación de los malos tratos domésticos, y ese machismo emergente que se está reinventando en las nuevas generaciones.

Todavía nos circulan por el riego sanguíneo lastres extemporáneos como niñas de rosa y niños de azul, bebés con el apellido del padre por delante, un lenguaje sexista normalizado, una sobrevaloración de la fuerza frente a otras cualidades, consejos de administración de testosterona, la maternidad como valor supremo, segregación cultural... Queda aún mucho camino para dejar de mirar a las personas por la entrepierna.