rase una vez un millonario que quiso ilegalmente llevarse un cuadro Picasso fuera del país y a quien la Justicia le eximió de entrar en la cárcel. Casualmente se apellidaba Botín.

Érase una vez un exalcalde de una ciudad y su concejal de Hacienda, a quienes primero se condenó por dañar los fondos públicos pagando un alquiler desorbitado en la calle San Antonio. Que finalmente fueran absueltos por un Tribunal de Cuentas cuya ponente era exministra de Justicia del PP, seguro que no tuvo nada que ver, dada la absoluta imparcialidad de la Justicia.

Érase una vez un rey emérito que ahora vive fuera de su reino por algunos "asuntillos" sacados a la luz por un fiscal suizo. Vaya con el daltonismo de la Justicia estatal que cambia de color según a quién mire.

Érase una vez un ministro franquista al que una jueza en Argentina lleva 7 años queriendo interrogar, por su responsabilidad en la matanza del 3 de marzo de 1976 en Vitoria. Apenas han pasado 45 años de aquel suceso.

Entre los cuentos recientes está el de: "Érase una vez una expresidenta de la Comunidad de Madrid, que mintió sobre un Máster que no había cursado". Su exasesora y la profesora que le cubrieron falsificando un acta de notas han sido condenadas; ella ha sido absuelta.

Aunque estos relatos parezcan cuentos fantásticos, son tan reales que dan miedo. Asustan por lo que conllevan de pérdida de confianza en la Justicia de este país. De hecho, preocupan los apabullantes ejemplos de que existe una justicia para ricos y una justicia para pobres. Sin ánimo de ser tremendista, no podemos olvidar que una desintegración del Poder Judicial puede desembocar en un Estado totalitario en el que no existe el contrapoder de los jueces para controlar al gobierno.

Así que, no más cuentos de este tipo, por favor. Si no nos plantamos ante el "érase otra vez", se acabó el cuento.