al rollo aparente entre socios. ERC sacude estopa al PSOE porque en Catalunya entiende que Pedro Sánchez ha antepuesto elecciones a salud para exprimir así el efecto Illa. Además, le afea también cierto contubernio con los jueces porque le han respaldado sus intereses. A cambio, Sánchez devuelve la afrenta a Gabriel Rufián sin recato alguno, ridiculizando la incapacidad soberanista para ponerse mínimamente de acuerdo, incluso cuando se trata de gobernar la Generalitat. Un cruce de golpes aparentes, que vienen bien a los republicanos catalanes para que se proyecte antes de ir a las urnas una cierta imagen de su desapego hacia el Estado español. Un espejismo, sin embargo, que tiene fecha de caducidad: el 14-F. A partir de ahí llegará la distensión una vez que pasen los días suficientes para curar las heridas propias de una batalla electoral. Unos y otros son conscientes de que se seguirán necesitando a ambos lados del puente aéreo porque comparten el mismo objetivo de asegurarse el poder, aquí y allí. De momento, les espera la anhelada mesa de diálogo ya aprobada en el Congreso con la ambiciosa pretensión de la amnistía para los condenados en el procès. Ahora bien, antes deberán ponerse de acuerdo para su formación.

Para golpes bajos de calado, dirigirse al Gobierno de coalición. Irene Montero está sacando de quicio a Carmen Calvo y la venganza romperá la vajilla. La coincidencia entre la aparición de la Ley Trans de la ministra de Igualdad, que ha irritado al bando socialista, y la polvareda sobre el sueldo oficial de la niñera de los hijos de Pablo Iglesias y su pareja, que tanto daño reputacional hace a los padres, es todo menos ingenua y casual. En el PSOE no tragan a la compañera del vicepresidente. En Ferraz siguen grabadas a fuego las ácidas descalificaciones recibidas desde sus tiempos mitineros del 15-M y la pérdida de la cartera sobre los derechos de la Mujer continúa siendo un sapo sin digerir. El calvario para Montero está asegurado.

En este semanal parte de guerra de zarpazos entre los socios del Consejo de Ministros, donde casualmente siempre aparece el líder de Unidas Podemos delante de los focos, queda anotada la bofetada política que en este caso le ha propinado Ábalos al posponer el debate sobre la Ley de Vivienda y así recordar quién tiene los galones en un tema de tan hondo calado social. Y de postre en esta guerra de guerrillas gubernamentales, el implacable recado de Margarita Robles al defender la necesidad del papel de un periodismo libre en la democracia mientras en paralelo crecen los vetos y las descalificaciones desde la coalición de izquierdas hacia los informadores que les resultan incómodos por críticos.

Y para socios malavenidos, nadie como PP y Vox. Aquella estrambótica moción de censura de Abascal abrió la espita de un clima de agresividad, pero el inesperado apoyo de la ultraderecha a los fondos europeos mientras sus vecinos de bancada se oponían ha acabado por envenenar sus relaciones. Los populares se desgañitaron el miércoles coreando la maledicencia de "Vox, socio de Sánchez". Solo les valió para que el propio presidente socialista les diera un revolcón cuando le dijo a Casado que tenía menos sentido y responsabilidad de Estado que Abascal. Una estrategia de supuesto desgaste del enemigo -"ministro de la oposición"- tan poco creíble que podría haber sido creada por el entorno de Teodoro García Egea. Una inventiva solo comparable a la de atribuir ingenuamente a la larga mano del Gobierno la declaración acusatoria del arrepentido Bárcenas. En el fondo, todo obedece a un estado de nerviosismo desquiciante en Génova al que contribuyen un miedo atroz al sorpasso de su acérrimo rival en Catalunya que desestabilizaría seriamente a Pablo Casado y al martirio mediático que representan las flagelaciones de su extesorero, que siguen embadurnando de corrupción al partido y a sus exdirigentes, en especial a M. Rajoy.

La única lealtad sin fisuras en los tiempos que corren queda para Tezanos y el PSOE. Solo así puede entenderse esa encuesta de urgencia del CIS para compensar los primeros síntomas de descomprensión del factor Illa y así reconfortarle con el presagio de su victoria. Los soberanistas temen esta posibilidad, pero no se la creen. Dan por seguro que los suyos irán a votar y que muchos constitucionalistas se quedarán en casa, víctimas del miedo al virus. Incluso, también dan por descontado que se ha acabado su convivencia como socios.