ivimos en una sociedad cada vez más individualista, lo que refuerza la idea de que mucho de lo que nos ocurre, mucho de lo que sentimos y hacemos, pertenece únicamente al mundo de lo íntimo, nos pertenece individualmente, forma parte únicamente de "nuestras cosas". Como si todo lo que nos ocurre, todo lo que decidimos, todo lo que recibimos y proyectamos, no estuviera cruzado por factores sociales, económicos, culturales etc€ que condicionan de manera importante nuestra intimidad: nuestra forma de sentir, de amar, de tener sexo, de cuidarnos, de relacionarnos, de hablar, de pensar€ En definitiva, de vivir. Pero, de alguna manera, la decisión sobre nuestros actos no es solo nuestra, aunque vivamos en la fantasía de que lo que decidimos lo hacemos libremente y estricta y únicamente bajo nuestro criterio personal. El problema es que ese criterio que sentimos tan personal, tan íntimo, tan intransferible, está construido sobre unos cimientos concretos y en un contexto social, cultural, económico concreto.

Esta percepción de que lo que pensamos, sentimos y hacemos solo tiene que ver con nuestro carácter, con nuestra forma de ser, es una de las armas más eficaces de un sistema que nos prefiere entretenidas y entretenidos intentando arreglar "nuestras cosas". Porque de esta manera, no dispondremos de mucho tiempo ni voluntad para cambiar las cosas que pasan en el mundo y que no sentimos tan nuestras. Sin embargo, todo eso que nos rodea también es nuestro, también es personal. Ya lo dijo el feminismo hace tiempo: lo personal es político. Y, una vez más, acertó en el diagnóstico. Lo que hacemos en casa, hasta lo más íntimo, está condicionado por el mundo que nos rodea. Por tanto, las cosas que pasan en la sociedad, también son "nuestras cosas" y también podemos hacer algo para cambiarlas.