staba ayer comentando con un colega la situación en que vivimos después de las últimas decisiones que esta semana hemos ido conociendo. De pronto me dijo: "es que es como si estuvieran dando palos de ciego", y yo le comenté: "pues yo creo que no". La expresión de que hablamos se refiere a los palos que se lanzan en direcciones diversas y sin criterio, y que, pudiendo dar a cualquier cosa, generalmente quedan en golpes al viento. Más me parece a mí, sin embargo, que son palos con vista, palos ensañados que golpean siempre en el mismo sitio y hacen daño.

Hace más de 150 años, un doctor austriaco estaba preocupado. En su clínica de maternidad había dos pabellones. En uno de ellos, atendido por alumnos de medicina, se producía un número de muertes posparto sensiblemente mayor que en el otro, atendido por matronas. Empezó a observar las diferencias y fue probando a trasladarlas del pabellón sano al insano de una en una. Los resultados no aparecían. Finalmente una circunstancia personal le dio la pista. En el pabellón insano atendían a las mujeres alumnos que venían directamente de las salas de autopsia, en el otro este caso no se daba nunca. Ordenó desinfectarse con una solución de cloro a los alumnos y el problema se solucionó. Semmelweis, que así se llamaba el galeno, no daba palos de ciego, seguía un método científico de ensayo - error, probando distintas alternativas para descartarlas o confirmarlas.

Si los que hoy dirigen nuestras vidas se hubiesen hecho cargo de aquella investigación, mucho me temo que el pabellón insano lo seguiría siendo siglo y medio después y además con muchas muertes de por medio. Y es que, hablando de palos, los habría para no ir al pabellón de los alumnos sino al de las matronas, aunque nadie supiese bien por qué. Es lo que tiene la obcecación, que a veces te hace preferir hasta los palos de ciego.