egún algunos estudios (como el recomendable La actividad económica de los/las artistas en España de Marta Pérez e Isidro López) sólo el quince por ciento de los artistas visuales pueden vivir de su trabajo como tales. También la mitad de ellos, sumando ingresos procedentes de otras ocupaciones, no llega al alcanzar el salario mínimo. Y el ochenta por ciento no ha cotizado lo suficiente como para tener derecho a una jubilación. Una situación patética, la de nuestros artistas. Que contrasta con la gran cantidad de departamentos de Cultura, museos, centros culturales€ con los que cuenta nuestro país especialmente desde hace un cuarto de siglo. Parece ser que los únicos agentes que viven del arte actualmente son las personas que ocupan un puesto en el seno de dichas infraestructuras.

Con lo que no contamos es con estudios que analicen si la situación de los artistas era mejor o peor antes de que se habilitaran tantos equipamientos públicos enfocados hacia el arte y la cultura. Aunque la sensación es que ésta ha ido empeorando paulatinamente desde los años 90 del pasado siglo hasta la actualidad. Cuesta abajo y sin frenos. Tampoco sabemos si los hábitos culturales de la ciudadanía se han ido alejando de la adquisición de arte durante ese periodo. Pero también tenemos la impresión de que así ha sido. Cada vez vemos menos arte en restaurantes, bares, sucursales bancarias, clínicas dentales, despachos de abogados, consultas de médicos€ Y volvemos al principio: ¿se han dedicado nuestras instituciones públicas estos últimos lustros a fomentar el consumo de arte entre la ciudadanía a través de programas ad hoc? No nos consta que haya existido alguno. Incluso, actualmente, cuando se realizan campañas de apoyo al consumo cultural, poniendo, por ejemplo, en marcha bonos culturales que posibilitan descuentos importantes para la adquisición de libros, compra de entradas de espectáculos de todo tipo€ estos no van dirigidos a la compra de arte. Quizá porque se entiende que una obra pictórica, escultórica€ sólo está pensada para una élite económica que puede permitirse desembolsar una cantidad millonaria por semejante adquisición. Cuando la realidad es que por el precio de un pantalón vaquero de marca, cualquier ciudadano puede comprar un dibujo, una fotografía o un grabado del artista que vive a la vuelta de su esquina. Difundir esta realidad, sería responsabilidad de nuestras instituciones.

De la misma manera que se realizan campañas para apoyar al pequeño negocio, al negocio de proximidad, se deberían también poner en marcha programas de apoyo al "pequeño artista" o a la "pequeña galería de arte".

Que una persona joven sueñe con su futuro como artista raya en la imprudencia temeraria. Con el panorama actual padre alguno o madre alguna puede aconsejar a sus hijos que se dediquen al arte. Si estos sueñan con ello, lo mejor es despertarles con un jarro de agua fría. Pero sin artistas, tendremos un mundo sin arte.