nosotros nos gusta mucho ir al cine". Esa frase, por ejemplo. Siempre me han llamado la atención las personas que hablan en plural y en nombre de las demás. Generalmente forman parte de una pareja y, por sus expresiones, parece que su relación ha llegado a la simbiosis total hasta convertirse en una sola persona. "Nosotros nunca vamos de fiesta".

Me divierte y me aterra al mismo tiempo. Me hace gracia, por un lado, que haya personas que creen saber lo que piensa su pareja realmente, pero, por otro lado, me aterra sobre todo porque casi siempre es una de las personas la portavoz de la pareja. Y tengo a veces la sensación de que esa persona hablando así con tanta seguridad de lo que le gusta o no le gusta a quien tiene a su lado, está apropiándose de su voluntad de alguna manera, como si su acompañante fuera una prótesis de su propio cuerpo.

El problema es cuando ese "nos gusta ir al cine" tiene su origen únicamente en los gustos de una de las dos personas a los que la segunda se ha tenido que adaptar. Por eso, cuando suena ese "nosotros" generalmente sospecho e intento averiguar qué esconde.

Alguien me dirá que ese "nosotros" o "nosotras" está muy bien, y que siempre reivindicamos en otros ámbitos la importancia de lo colectivo, de tener la conciencia de que estamos entrelazados, pero creo que al mismo tiempo que la conciencia colectiva es fundamental para que la sociedad funcione, también lo es contar con seres humanos con criterio propio, con autonomía y libertad suficiente para tomar sus propias decisiones. Y cuando esto se traslada a una pareja, creo que además es absolutamente necesario conservar esa autonomía, no solo para el bien de cada persona, sino de la propia pareja. Porque ¿qué le vas a contar a alguien que piensa como tú, le gusta lo mismo que a ti y no se distingue de ti en casi nada? Eso sí, siempre me puede responder alguien: "Pues a nosotros nos gusta pensar exactamente igual". Y en ese caso, la verdad, no tengo nada más que decir.