a extraña reconciliación árabe de la semana pasada es más triste que sorprendente. Triste, por lo humillante que ha sido para Arabia Saudí y sus aliados retirar el bloqueo de Qatar; y nada sorprendente, porque desde un comienzo ese bloqueo fue un rosario de fracasos.

El bloqueo se decretó hace tres años a instancias de Egipto, los Emiratos Árabes y Arabia Saudí -líderes del conservadurismo en el mundo musulmán- a causa de la política progre de los qataríes. Estos habían apoyado decididamente la mal llamada "revolución árabe" del pasado decenio desde su red televisiva de Aljezeera y también, según denuncias de El Cairo y Riad, económicamente a los Hermanos Musulmanes y diversas agrupaciones revolucionarias.

Lo del apoyo televisivo es innegable; las otras acusaciones son más discutibles. Pero en realidad, eran temas de segunda categoría. Lo que más inquietaba e irritaba al mundo islámico conservador de la política qatarí era su aproximación al Irán de los ayatolás y sus escarceos democráticos. En estas condiciones y con Donald Trump en la presidencia de los EEUU, Riad y sus correligionarios intentaron retornar a la brava a Doha a la senda conservadora correcta.

Y, muy a la manera tradicional árabe de dejar las armas como último recurso, lo intentaron por la vía de la estrangulación económica. Sometieron a Qatar a un duro bloqueo económico en el cual el cierre del espacio aéreo a la compañía qatarí era el más llamativo. Pero Qatar es muy rico y no solo sobrevivió el embargo, sino que, a la fuerza, se fue aproximando mucho a Teherán.

Además, el embargo también les costaba dinero a los sancionadores. Así que empezaron a menudear los intentos de pacificación, frustrados en su inmensa mayoría por cuestiones de orgullo, algo que en el mundo árabe aún es un factor importante€ aunque a los occidentales de hoy en día les cueste creerlo. Pero, al final, la constante e importante caída del precio mundial del petróleo pudo con el orgullo; tanto más, cuanto que se espera de los EEUU de Joe Biden un política de aproximación al Irán.

En estas condiciones, la reunión del Consejo de Cooperación de la petronaciones árabes -Arabia, Bahréin, Emiratos, Kuwait, Omán y Qatar- resultó un marco perfecto para hacer las paces sin que nadie perdiera la cara. Y también las perspectivas de un eventual éxito de la queja qatarí ante los tribunales por el embargo aéreo -con unas indemnizaciones superiores a los 7.000 millones de dólares- ayudaron mucho a que prevaleciera el pragmatismo sobre los orgullos y principios.

Claro que todo esto es un alarde de pragmatismo sumamente frágil. Las paces se han hecho con la boca pequeña y porque en Doha creen que aunque ganasen los pleitos, la indemnización se cobraría Dios sabe cuándo. Pero los informes jurídicos aún pueden cambiar y los orgullos heridos pueden volver a imponerse.

Sobre todo, si el arriesgadísimo malabarismo político iraní con el enriquecimiento de sus reservas de uranio en vez de acelerar las paces con Washington echa a Biden por los senderos de Trump.