ñaki Gabilondo se ha declarado "empachado" en su retirada del análisis político. Y esa palabra, empachado, ha encajado a la perfección en nuestros huecos. Porque la palabra describe a la perfección un estado de ánimo generalizado que no solo se debe a la pandemia, pero sí se ha agudizado, y mucho, con ella. Solo hay que mirar a la gente a los ojos (esa parte de sus caras que aún podemos ver) para darse cuenta de que lo que cuando llegó el virus fue un sentimiento de sorpresa e incredulidad, luego se convirtió en miedo, luego en tristeza, luego en enfado (el orden difiere según la experiencia personal), y ahora, en muchos casos, se ha convertido en hartazgo, en empacho de todo. Como si hubiesen anestesiado nuestra curiosidad y nuestro entusiasmo.

Y así, vemos en las noticias que asalta el Capitolio gente con cuernos y el pecho descubierto y como si asistiéramos a un reality show no se nos mueve un pelo; y vemos migrantes atrapados en Bosnia, en la nieve, sin abrigo y sin refugio, y nuestro horror dura lo que dura un suspiro; y escuchamos las cifras de personas muertas por coronavirus, de personas infectadas, listas de localidades cerradas, horarios permitidos, vacunas€ y todo nos acaba sonando como una repetitiva música de fondo. Porque la gente está empachada, apática, cansada...Y a veces agradece tener que ponerse la mascarilla para salir a la calle, para esconder bajo ella su expresión, o la falta de ella.

Y no creo que el empacho de información sobre la pandemia afecte solo a las personas que, por no haber vivido de cerca sus consecuencias, sientan que es un tema menor. Intento imaginar cómo recibe toda esta información una persona que ha perdido a un ser querido por el virus y lleva encima la losa de saber que ha muerto en soledad; o las personas que están en primera línea en la lucha contra el virus, en ambulatorios, UCIS, residencias... Seguro que también sufren empacho, aunque, eso sí, como ocurre con las comidas copiosas, siempre hay a quien la comilona le produce más ardor.