stablecidos ya en el cómodo terreno del año 2021, ese islote salvador que representaba para la legión de cenizos la superación de todas las desgracias acaecidas los meses anteriores, sólo nos queda disfrutar. Horacio, de hecho, durante el fin de semana moldeó un muñeco de nieve en la Florida y entonó un canto de amor universal junto a unos niños y unos pensionistas jubilosos. Los griegos desarrollaron el mito de un ave que se regeneraba tras su combustión, bautizándola como Fénix por su posible origen fenicio, Las primeras corrientes filosóficas, entre las que se hallaba Platón y su cuadrilla de angustiados, se agarraron a la metempsicosis, es decir, la transmigración de las almas de cuerpo en cuerpo -el antecedente cultureta de Alien, el octavo pasajero-. Los hindúes le dieron forma hasta transformarlo en lo que conocemos como Reencarnación, en donde el espíritu emigra tras la muerte a un ente superior o inferior en función de las acciones vitales -por eso Horacio observa con tanto cariño a las hormigas que encuentra a su paso- Budistas, Taoistas, cristianos -la resurrección de la carne está en el horizonte, con cierto olor a podrido-, todo dios ha hablado de un instante en el que resurgimos con algunos atributos deteriorados o modificados, hasta alcanzar un estadio diferente.

Esta chapa horaciana emerge tras la estela de la decepcionante Filomena, que nos ha dejado en Gasteiz una nevada tísica que haría reír a nuestros bisabuelos. También llega en un año que ha comenzado con un golpe de Estado en el Capitolio firmado por los autores de Aterriza como puedas, y con un ambiente general en el que los protagonistas de la actualidad parecen sacados de La conjura de los necios.

Este es el año que nos iba a sacar del bache de 2020 en un ejercicio de resurgimiento platónico patrocinado por Pfizer, la pala de nieve de Pablo Casado, los concursantes iletrados del Conquis y el tarado de los cuernos de Washington.