na familia numerosa ha sido desalojada con contundencia por la Er-tzaintza en pleno casco urbano de Vitoria. Vale que todos sus miembros formaban una adorable piara de jabalíes, pero aún así, qué falta de delicadeza. No es forma de tratar a nuestros hermanos animales.

Y menos ahora que, desde el confinamiento, estas peculiares visitas abundan en nuestro entorno. En una inesperada regresión al jardín del Edén, irrumpen delfines en la costa, cabras en el pueblo, pajarillos sobre el asfalto y jabalíes en la ciudad.

Aunque este acercamiento de la fauna salvaje es un fenómeno que debería inquietarnos. ¿Por qué ahora? Vale que la oportunidad de hollar las calles desiertas, gracias a la pandemia y al frío, sea para ellos una tentación irresistible. El momento propicio para explorar mundos antes prohibidos y humear con curiosidad las miserias humanas.

Pero, en una interpretación más reivindicativa, hay algo de belicoso en eso de que, cuando los humanos nos echamos a un lado, la oprimida naturaleza resurja en todo su esplendor. Quizá reclame resiliente un territorio que alguna vez fue su hogar y le fue hurtado por el gran depredador de dos patas.

Sin duda, huelen la acelerada decadencia de nuestro liderazgo como especie y toman posiciones. Viendo los cuadrúpedos que asaltan el Capitolio, las amebas instaladas en el negacionismo, los primates patriotas de mente obtusa, los ungulados xenófobos€ Normal que se vengan arriba.

Así que no será la última visita de jabalíes y otras especies a nuestro santuario urbano. Puede que aún no hayan proclamado que todo lo que camina sobre dos patas es un enemigo. Pero al tiempo. Seguimos dándoles argumentos, ven que nuestra supremacía se tambalea y la servidumbre se subleva. Los bichos sienten superioridad intelectual y toman posiciones. Comienza la rebelión.