ace años, por estas fechas, sonaba a menudo el timbre de casa. Era el cartero, el barrendero, el chaval que traía las compras del ultramarinos€ Llevabas todo el año viéndoles las caras, cada uno en su trabajo, y todos en el barrio. Pero ese día sólo te traían una sonrisa. Te daban una tarjetita de felicitación y cada uno, en la medida de sus posibilidades, buscaba en la cartera o la despensa y les daba una propina, en especie o en metálico. Era el aguinaldo. Hoy a nadie se le ocurre. Es una costumbre que parece medieval en estos tiempos de modernidad, como la de limpiarse cada uno su tramo de escalera o barrer su trozo de la calle. Ahora somos mucho más modernos. Al cartero ni le conocemos, al barrendero le ignoramos, y los recados nos los traen los chicos de las motos o las furgonetas. No hay trato humano. Cambian las empresas y vuelan los trabajadores, o les doblan los turnos o los subcontratan o les cambian de destino. Ya no hay cartas, ni siquiera de los bancos y las compras las hacemos on line. Por no hablar no hablamos ni con el de la gasolinera, que salen más baratas las de autoservicio. Nos ignoramos mutuamente y al final resulta que nos encontramos cada vez más solos y nos duele amargarnos sin tener a quien quejarnos. Todo sale más barato, pero es alto el precio que pagamos. Ahorramos en lo principal para gastar en lo accesorio y así nos va, que te quedas un día sin azúcar, y en vez de salir a la escalera tacita en mano y pedírsela al vecino cogemos el móvil y la pedimos en una app. Eso sí, a la que podemos todos corriendo a sacarnos una foto en el belén para subirla a la red, a poder ser sin que se vea por detrás la barredora que recoge el vaso arrugado del café que nos tomamos.

Será que en estas fechas uno se pone nostálgico, pero a veces echo de menos el aguinaldo y muchas otras costumbres que nos hacían más humanos.