l acervo popular tiende a la simplificación. Probablemente sea la única manera de asimilar tiempos convulsos y pasar un testigo comprensible a los que vienen. Y en eso estamos estos días cuando se extiende la idea de que 2020 ha sido maldito y que el nuevo año es el fértil futuro donde sembrar nuestras ilusiones.

Es muy legítimo, incluso imprescindible, ser optimista. Pero este desiderátum recuerda la vieja tradición del bazterreko, el tronco de Navidad que ardía antaño en los hogares para que el fuego purificador redujera las penurias a cenizas y alumbrara un provenir lleno de dicha.

Claro que, a estas alturas, ya deberíamos saber que no hay indicios objetivos para pensar, más allá de nuestro noble deseo, que 2021 va a ser un gran año. Por eso, en vez de aguardar a ver en qué dirección sopla el viento de la fortuna, quizá sea mejor echar la vista atrás.

Es difícil ser clarividente en esta era líquida, en nuestra neblina de rutina, hipocresía y cinismo, en la que cada día elegimos una máscara para integrarnos como engranaje en un sistema del que no tenemos perspectiva para poner en cuestión.

Pero cuando todo parece estar a punto de irse al guano, como en 2020, es cuando la foto se percibe más nítida. Ante la inminencia del naufragio, asistimos a reveladoras escenas, como las ratas que saltan del barco al primer golpe de mar o la tripulación generosa que se afana por ayudar aun a costa de su propia supervivencia.

Cada cual que saque sus conclusiones. Hay que aprovechar que ha sido un año óptimo para la clarividencia. Contamos con la ventaja de que han caído muchas caretas, y eso nos da magníficas claves, mientras vemos arder el bazterreko, para interpretar mejor la realidad y tomar en adelante decisiones más acertadas. Así es mucho más probable que 2021 sea un año propicio. Urte Berri On!