oracio trataba de cuajar aquella tortilla de patatas que se le resistía una vez más como un caballo desbocado en estado espasmódico. La cocina es un medio hostil que nunca ha frecuentado si no ha mediado intimidación policial o necesidad por familia monoparental. En tiempos en que un chip detecta tu ubicación en el desierto de Atacama mientras te introducen microcámaras en las tripas para observar el bonito panorama gástrico, no es entendible que tengamos que pelear con unos huevos de gallina rebeldes mientras el aceite nos agrede a traición... Se iba a encargar de aquella cena que compartía con varios amigos, y había puesto como condición sine qua non dejarse de gilipolleces de langostinos, mariscos, champán o turrón. No tiene ningún sentido el despilfarro ni la intoxicación pantagruélica a la que mucha gente se somete a cuenta de la tradición y las costumbres atávicas. Por eso la decisión era inamovible: cenorrio a base de tortilla de patatas y cerveza, los manjares más selectos que la raza humana ha logrado desarrollar tras miles de años de evolución. Y sobre todo, la compañía, la verdadera y única justificación de estos eventos. Al menos en esta ocasión, nadie demandará poner en televisión el discurso del Borbón, del lehendakari o algún programa donde salga El Tamborilero de Raphael o el insufrible Hator Hator...

Las mascarillas se quedan fuera junto a los miedos que generó la paranoia colectiva que ha presidido los últimos meses, nos ha convertido en una raza de desconfiados individualistas, y apenas ha logrado ninguno de los efectos positivos que auguraban los aplaudidores de balcón. La mesa estaba ya lista y en ese instante aulló el portero automático. Unos instantes más tarde, Zapa atravesaba la puerta sudoroso y con sus habituales bermudas de camuflaje. -Joder, Horacio, hace un calor de cojones. Abre las ventanas y saca una birra fría que esta cena de agosto tendríamos que haberla celebrado en la calle....