oplan malos vientos por la Corte. Hay una nítida mayoría parlamentaria, hay Presupuestos siquiera para otro año, hay Gobierno desde luego para rato, hay una derecha rabiosa, desangrada y muy lejos del poder; sin embargo, hay también demasiado runrún incómodo por ese Madrid que todo lo invade. Cuando el unionismo político y mediático ve a Otegi y Rufián de invitados preferentes en la sala de confabulación política de Pablo Iglesias sienten brotar un irritante sarpullido. Cuando la izquierda acelera sin demasiados debates médicos para despenalizar de una vez en pleno siglo XXI el derecho individual de la eutanasia, los obispos rezan por tantas almas descarriadas. Cuando las ondas ultraderechistas se conjuran contra una supuesta coacción de Celáa a la libertad educativa, ahí aparece la juanadearco Ayuso para atrincherar sus escuelas contra el socialcomunismo. Cuando el PNV lanza sin malicia una pregunta de trasfondo cuartelario, la ministra de Defensa desbarra iracunda. Cuando el Supremo sacude el sentido común y retrasa el reloj de la realidad política al devolver al banquillo a los ideólogos de Bateragune, todos se preguntan cómo es posible una unanimidad absoluta en los considerandos de semejante resolución. Cuando el Poder Judicial se enroca en sus canonjías para imposibilitar su imprescindible renovación. Cuando siguen intencionadamente vivos los ecos de las atrabiliarias misivas al rey apelando a la defensa golpista de la patria, todavía ninguna autoridad competente ha puesto firmes a esos casquivanos militares franquistas. Un corolario preocupante. Así es fácil imaginar cómo se va fraguando por muchos mentideros un pestilente olor que el batallón democrático identifica sencillamente como simples aromas fascistas.

No existe futurólogo ni por supuesto analista político o siquiera un solo tertuliano amigo de Iván Redondo capaz de intuir mínimamente hace un año el actual panorama parlamentario español. Solo quienes conocen desde su etapa de novel concejal la irrefrenable ambición de Pedro Sánchez, en tiempos del poderoso alcalde Gallardón, se aproximaron a pronosticar en medio de las cainitas primarias del PSOE, que una vez conquistado el poder solo lo dejaría cuando quisiera. No ha defraudado las expectativas. Para desesperación de Pablo Casado y de cuantos palmeros agradecidos le siguen diciendo ilusamente que la crisis económica de la pandemia se llevara por delante las mentiras y rectificaciones del presidente socialista, la derecha está en un callejón sin salida muy lejos de rebañar una mayoría, incluso minoritaria. Ni siquiera la creciente tormenta de sucesivas desavenencias, tan reales como visibles, entre los dos partidos coaligados supone un riesgo para la estabilidad de gobierno. Son fuegos de artificio de la pirotecnia ideológica Iglesias para regocijo de sus fieles. Sin Ingreso Mínimo Vital aún para decenas de miles de familias, sin cambios en la reforma laboral durante bastante tiempo, sin opción alguna para el debate republicano, entregados por conveniencia como partido federal a la causa independentista, los círculos (?) miran para otro lado y por eso aplauden encantados el cabreo de su líder por la desconsideración a Venezuela, el ácido vídeo contra Felipe VI y la monarquía, la afrenta a Marruecos por el Sahara Occidental, el entretenimiento dialéctico de los cuatro días laborables o la guerra sin cuartel a los desahucios. Un pulso para la galería. Nada preocupante, al menos hasta que se supere la pandemia.

Más allá del virus, donde ha soltado a su suerte a las autonomías para que penen su propia responsabilidad con 17 navidades distintas, Sánchez solo tiene ojos para los fondos europeos. Se siente liberado ya de las preocupaciones terrenales del Congreso con los Presupuestos y la estabilidad en la mano. Tampoco le dedica mucho tiempo porque asume que el debate es imposible. El antagonismo político alcanza tal desvarío que en ocasiones no se sabe para qué se han juntado, como les recriminó Aitor Esteban en el Pleno del miércoles. El presidente sabe que le llega el momento de ejercer el poder en su máxima expresión. La oportunidad cesarista. La ocasión de avalar o denegar sin dar explicaciones a nadie cada proyecto de financiación que exministros a cara descubierta, afamados consultores muy bien situados en La Moncloa y la consiguiente legión de lobistas empiezan a presentar en la oficina de Iván Redondo. Decenas de millones en juego€ y en comisiones.