e doy un beso para pasarte todo mi amor. ¿Me das un beso para pasarme todo tu amor? La frase resuena clara, limpia, sin matices, sin recochineo, sin ironía. Y, tras la sorpresa inicial, reflexiono cómo un niño de poco más de tres años y medio es capaz de dejarme tan estupefacta con esa naturalidad. Dicen que cuando eres madre tu concepto del amor cambia completamente. No sé si el mío ha cambiado o no. Supongo que, si me paro a pensar sobre todo lo que una hace cuando tiene hijas, ese compendio de acciones tiene el denominador común de la incondicionalidad. Las horas que pasas estando pendiente, las noches sin dormir, todo a lo que renuncias (en mi caso, a mucho, nunca lo hubiera imaginado), aquello que pasa a un segundo plano sin que te des cuenta€ Sin embargo, aunque te planteas apuntarlo en una lista y amenazas con cobrártelo dentro de unos años (sobre todo cuando estás cabreada), resulta imposible. Porque, te guste o no, si volvieras a empezar harías lo mismo. Y, sobre todo, porque es en momentos como éste, aquí, en el sofá, después de haberte leído un cuento, cuando de forma repentina me coges la cara con tus manitas y me plantas un beso en los labios. Y me dices que con ese beso me pasas todo tu amor. Y me pides uno de vuelta, para asegurarte de que tú también vas a atesorar el mío. Y esa acción tan espontánea me descoloca, me deja sin argumentos para cobrarme nada y hasta se me olvida que esta mañana me haya enfadado contigo porque por enésima vez no hayas recogido el cuarto. Porque no sabría explicarte con palabras lo difícil que es encontrar a alguien en este mundo que te regale un momento de amor tan natural e incondicional como éste. Y me advierten de que crecerás, de que serás más egoísta, de que ni siquiera me mirarás. Y yo les reto a que no, convencida de que algo estaremos haciendo bien. Además... Todavía queda mucho para eso.