ue la tecnología digital está transformando la sociedad ya no es noticia. La dimensión de las redes sociales y de las grandes plataformas en la red auspician un número ingente de interacciones comunicativas, relacionales y de compra venta entre personas. Curiosamente, operando bajo una lógica de funcionamiento basada en algoritmos que, hasta el momento, no cuentan con regulación alguna. ¿No debería preocupar u ocupar que un progresivo número de cuestiones que afectan a nuestra vida diaria estén condicionadas por fórmulas que ni conocemos, entendemos, y por tanto difícilmente podemos rebatir?

Como toda herramienta, de la existencia de redes sociales, plataformas y su utilización se puede inferir tanto lo mejor como lo peor de la naturaleza humana. En el lado negativo, día a día observamos cómo estos "social media" están actuando como creadores de opinión, contribuyendo a la proliferación y viralización de discursos de odio, noticias falsas, o polarizando arbitraria y/o interesadamente los tipos de contenidos que nos llegan. Para muestra un botón.

En lo que se refiere a la interferencia de Rusia en las elecciones estadounidenses donde Trump resultó presidente, se estima que desde aquel país se enviaron 126 millones de mensajes de propaganda a través de Facebook, 20 millones a través de Instagram, 10 millones de tweets y 43 horas de contenido de Youtube a favor del personaje en cuestión.

En otro plano, pero también a modo de ejemplo, Facebook obtuvo 70 billones de ingresos a través de los anuncios que terceras personas y entidades ponen en su plataforma. En la actualidad, los Amazon, Googles y demás parientes no cuentan con ningún incentivo para evitar la desinformación y/o la polarización de contenidos. Las redes y plataformas analizan nuestro comportamiento a través de los algoritmos con los que operan determinando el tipo de contenido que nos gusta, y orientando cierto tipo de información y excluyendo otra. Si bien esto puede tener la virtualidad de hacernos visionar contenidos de especial interés para nuestras preferencias, parece más que evidente que este hecho está generando fallos de mercado que requieren de intervención.

Como muchas herramientas, el "social media" tiene la virtualidad de hacer mucho daño, pero también mucho bien. Cuando Nepal sufrió el mayor terremoto de los últimos 100 años, Facebook activó un programa llamado Safety Check que permitió en pocos minutos que millones de personas pudieran notificar a sus familias que estaban a salvo, algo que se puede considerar como una de las mayores sensaciones de alivio instantáneo en la historia. Acto seguido, la misma red social activó una iniciativa de captación de fondos que obtuvo 28,5 millones de dólares (de los cuales 15,5 donó el propio Facebook, con aportaciones de 770.000 personas de 175 países diferentes).

Para valorar pros y contras de este nuevo mundo, recomiendo acercarse al trabajo del investigador Sinal Aral del MIT, que lleva 20 años estudiando el rol del denominado "social media" y cómo las personas e instituciones públicas y privadas pueden hacer un uso positivo de estas redes. Entre las recomendaciones que propone, destacaría:

En primer lugar, la necesidad de hacer más transparente la forma en la que operan las redes sociales y plataformas. En este sentido, el experto sugiere activar iniciativas a gran escala para el etiquetado de la información en la red que permitan limitar los fake news, identificar la información poco rigurosa, y reducir con la polarización de contenidos. A este respecto, duda de la efectividad de las acciones antitrust que están planteando a empresas como Facebook, y aboga por la necesidad de reformas económicas estructurales que fomenten la competencia facilitando la entrada a otros actores en el mercado.

El segundo lugar, la conveniencia de legislar la acción de estos "social media" para que permitan a los usuarios modificar y trasladar sus datos de una plataforma a otra (al igual que hacemos con nuestro número de teléfono cuando cambiamos de compañía telefónica), en vez de tener una panoplia de identidades en cada red social, dando una mayor libertad de elección a las personas usuarias, y forzando a las plataformas a competir por su atención con ofertas de mayor privacidad y/o seguridad, y con menor interferencia de publicidad y mensajes dirigidos.

A ello habría que sumar la exigencia de interoperabilidad a las plataformas y entre ellas, que requeriría que proveyeran de un estándar de formatos para información y mensajes que permitieran a los usuarios comunicarse entre distintas plataformas, tal y como prevé el proyecto de ley denominado como ACCESS Act, y que propone la interoperabilidad como exigencia legal a plataformas que cuenten con más de 100 millones de usuarios. Según Aral, una vez asegurada la interoperabilidad, las acciones antitrust contra los grandes monstruos de la red e podrían emprender sin pérdida de información y conexiones valiosas.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y transferencia