oser un botón, coger un dobladillo o remendar, son maestrías que creíamos exclusivas de nuestras abuelas y madres, y ajenas a nuestras hijas y nietas. Creíamos que nuestros usos consumistas de ropa de usar y tirar, acabarían relegando al olvido esa profesión de costureras y modistas cuya patrona se celebra mañana. Sin embargo, las nuevas generaciones de gente joven nos están demostrando que, en su preocupación por la moda sostenible y por el cuidado del planeta, se está volviendo a coser, a zurcir, para reciclar atuendos. Cambiar de ropa cada temporada ya no se lleva. Lo que se lleva ahora es recuperar los ganchillos y tejer, incluso en grupo (como en aquella película Las mujeres de verdad tienen curvas).

A este tejer en grupo se dedica (metafórica y también literalmente) la plataforma de asociaciones Sareak Josten (Tejiendo Redes) de Gasteiz, que cose relaciones vecinales hilando culturas. Su nombre es ya un homenaje a todas las mujeres que, en la historia, han generado comunidad desde sus espacios privados.

También les homenajea Irene Vallejo, escritora del libro El infinito en un junco. Ella reescribe la historia de nuestra literatura oral explicando que, hace siglos, las primeras narradoras fueron las mujeres, mientras cosían. Se reunían para hilar e inventaron grandes historias. No es casual que las palabras TEXTo y TEXTiles tengan la misma raíz léxica; y que nuestro vocabulario esté plagado de expresiones como bordar un discurso, urdir una trama o hilar un relato, con su nudo y desenlace.

Pero ojalá esta fusión de textos y textiles no solo sea algo del pasado, sino también del presente. Y tal vez el lenguaje de mañana cambie el antiguo refrán Dímelo hilando por wasapéamelo cosiendo. Entretanto no nos olvidaremos de nuestras madres y abuelas, que nos enseñaron a hilar vida y relatos. Va por ellas.