algo al balcón y me encuentro con ama, a quien le comento que mis cinco sentidos se van deteriorando a esta edad. Se ríe y me dice que, en mi caso, alguno ya venía jodido casi de fábrica, recordándome que desde los 7 años tengo gafas. Y efectivamente, evoqué cuando de pequeño, al leer, veía menos que un gato de escayola, y no queriendo decírselo a nadie por si me ponían la maldición de un niño, las gafas, aguanté un tiempo inventando lo que leía, lo que llevó a algún maestro a pensar que era un tarado. Cuando les conté el asunto, mis aitas me llevaron a un oculista, quien determinó que tenía hipermetropía cuantificada en 8 dioptrías por ojo. Y desde entonces con gafas a cuestas. Con la mascarilla y las mañanas frescas, que aquí son muchas y mucho, las gafas se empañan y no veo absolutamente nada. A medida que me voy acostumbrando a la bruma en los ojos, voy recordando aquellas lecturas inventadas y mientras ando hacia el trabajo, aparte de ir esquivando bultos móviles y estáticos para no chocar, rememoro mi niñez y me imagino feliz paseando por lugares ignotos, lo que a nadie molesta ni inquieta. Si uno observa a los partidos de oposición al Gobierno Vasco, también parecen mirar con interesada niebla. No quieren ver la compleja realidad en la que nos encontramos todos, no quieren contemplar la manera de ponerse de acuerdo con la mayoría para aportar soluciones conjuntas que tranquilicen a la ciudadanía y, además, la inquietan criticando interesada e hiperbólicamente los servicios públicos. Se lo cuento a ama comentándole que, en su estrategia, pudiera que sean como los hipermétropes, que ven mal de cerca pero muy bien de lejos. Ama, sonriente, me dice que más que estrategia es pura táctica, como cuando lo cercano yo me lo inventaba para huir de ser cuatrojos, y que solo cuando tuve gafas para ver de cerca lo que de verdad había, pude aprender sin imaginar y preparar el futuro.