os casi setenta millones de votos que ha logrado Trump invitan a una reflexión acerca del modelo de sociedad que estamos gestando y al riesgo que para la salud de nuestra democracia representa el creciente ascenso del apoyo popular de este tipo de liderazgos que generan además del desprestigio una enorme afección reputacional a todo un País y a una sociedad como la estadounidense, todo ello como consecuencia de la deriva irresponsable de un nefasto dirigente como Trump al frente de un Imperio que se derrumba y pierde toda "auctoritas" en el contexto geopolítico mundial.

Con su precioso lema "unidos en la diversidad", y frente al modelo estadounidense anclado en la insolidaridad y el capitalismo voraz, nuestra Europa representa como construcción política una visión de la vida en sociedad, que, pese a sus defectos e imperfecciones, merece la pena ser defendida, sin duda.

Vivimos en una época de transformación radical de nuestros marcos de referencia y los Estados ya no tienen capacidad para abordar unilateralmente todos los problemas derivados de ese complejo mundo ni pueden resolver el conjunto de las necesidades de los ciudadanos. La Unión Europea ha de representar, por ello, la respuesta de estabilidad política, prosperidad económica, solidaridad y seguridad a las inquietudes y convulsiones que genera el nuevo contexto geopolítico.

A pesar de los desencuentros puntuales y los momentos de estancamiento, la Unión Europea viene configurándose como un proyecto de paz, libertad y justicia social, como una defensora de la multilateralidad y del diálogo entre culturas en los escenarios políticos mundiales, como un espacio de bienestar y compromiso social que apuesta por la cooperación. Por todo ello, es prioritario que la Unión Europea asuma un mayor protagonismo como actor global en el escenario internacional, más allá de la acción de sus Estados miembros.

Europa debe basarse no tanto en criterios de poder económico o militar, sino en la profundización de la cultura, la educación, la solidaridad, los valores democráticos y los principios que inspiraron la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Historia demuestra que aquellas instituciones o estructuras que han basado su poder en una relación exclusiva de superioridad o dominio han terminado por fenecer tarde o temprano.

En estos tiempos de incertidumbre Europa se encuentra en una situación inmejorable para impulsar a escala mundial una nueva organización social y política basada no ya en intereses, sino, sobre todo, en valores. Nunca había coincidido en un espacio geográfico tan reducido un desarrollo socioeconómico, una consolidación democrática y una diversidad cultural tan extraordinarios como los que se dan actualmente en la Unión Europea.

Europa se enfrenta a uno de los desafíos más ilusionantes de toda su Historia: construir un nuevo modelo de convivencia política, una nueva forma de democracia que, más allá de la mera yuxtaposición de los sistemas políticos actuales, sea capaz de acoger y desarrollar una nueva sociedad basada en la libertad, la igualdad, la equidad, la solidaridad, la justicia social, la diversidad y el desarrollo sostenible.

Debemos dejar a un lado la elección simplista a los que algunos quieren reducir la reflexión sobre Europa: o un Estado federal, o una zona de libre cambio. Para salir de este atolladero necesitamos volver a construir una Constitución para Europa que combine la búsqueda de la integración con el pragmatismo, que se relegitime funcionalmente mejorando la vida y el futuro de los ciudadanos europeos, que reconozca la existencia de realidades políticas alejadas del pétreo binomio Europa versus Estados, que asuma la existencia de pueblos europeos vivos, activos, solidarios y alejados de la decimonónica lucha por la soberanía estatal exclusiva y excluyente.

Pese a la desafección, la lejanía y muchas veces la frustración frente a la política europea, pese a todo, hay que exigir desde una rebelión cívica una verdadera construcción europea, hay que apoyar a quien de forma sincera nos proponga una Europa más social, más abierta a la realidad de las naciones sin Estado, a la superación de los egoísmos estatales, a la potenciación de una verdadera Europa de los ciudadanos y de los pueblos europeos, dejando atrás el exclusivo protagonismo de los Estados.