evoloteo en el Congreso. Es la hora de los Presupuestos. La negociación política en estado puro. Y las concesiones, claro, que decidirán la suerte final. Un retrato de la fortaleza de un Gobierno y también de su oposición. La auténtica clave de la legislatura. Posiblemente, hasta la justificación de todo un mandato. De momento, los presagios auguran un paseo para Pedro Sánchez ante la desesperación de una derecha demasiado aislada, incapaz de rentabilizar mínimamente un creciente clima de desasosiego social, alentado por los caóticos efectos de una interminable pandemia. El espíritu de la investidura ensancha sus dominios para mayor gloria de la coalición de izquierdas mientras la foto de Colón se queda hecha añicos entre la deserción de Ciudadanos y el divorcio propositivo entre Pablo Casado y Vox.

No son unas Cuentas cualquiera. Dejan rastro. La contundente derrota de las enmiendas a la totalidad supondrá el próximo jueves otra bofetada para el PP. Después de ocho meses de errática gestión del Gobierno por la crisis del covid-19, de sus incontables correcciones en decisiones de calado social y económico, de un transversalismo de difícil digestión en cuestiones delicadas y de un futuro socioeconómico esbozado sobre previsiones demasiado etéreas, la oposición muerde el polvo, despechada. Aquella humillación a Sánchez en la anterior tramitación presupuestaria que desembocó en nuevas elecciones para desventura de Albert Rivera se transforma ahora en una victoria desahogada de indudable trascendencia.

Es verdad que en esta primera ciaboga hasta la meta definitiva de enero, el presidente se deja pelos en la gatera, pero es algo que no le importa porque está acostumbrado cuando se trata de ganar. Por eso echa sin miramientos gasolina al fuego unionista relegando al castellano para mayor gloria de ERC aunque el Constitucional le advierta de que no tiene un pase cuando lleguen los recursos. Ni siquiera se inmuta cuando escucha la incredulidad que sus previsiones de ingresos y gastos le causan en la propia sede parlamentaria al gobernador del Banco de España. Mucho menos le conmueven las reticencias de la Comisión Europea o de la AIReF. Hasta la victoria final, que llegará.

Pero la suma de voluntades encierra algo más que un puñado de votos para mayor gloria del Gobierno de coalición. En más de un acuerdo trenzado empiezan a ponerse los cimientos de una apuesta política de largo alcance. De hecho, las negociaciones entre la ministra Montero y el fiel escudero de Iglesias, Nacho Álvarez, con el PNV no tienen el mismo orden del día que con EH Bildu o ERC. No se habla de lo mismo ni de la misma forma. Desde la órbita independentista más proclive al entendimiento hay un propósito preponderante de iniciar un camino que conduzca a la configuración de un marco jurídico diferente. Es ahí, precisamente al compartir el mismo vagón con los soberanistas, donde Ciudadanos se ve obligado a mirarse al espejo para sacudirse los complejos y las contradicciones que le asaltan por el giro que está impulsando Inés Arrimadas. El nacionalismo vasco, en cambio, lo tiene más fácil porque repite la receta de siempre al priorizar en su propósito la adecuación de partidas a realidades y reivindicaciones concretas.

Con todo, la manta de los Presupuestos no tapa mediáticamente las vergüenzas del rey emérito y su cohorte. El último capítulo del despilfarro monárquico desazona más si cabe a los desencantados románticos del juancarlismo, atónitos por tamaña deshonra a la que asisten sin descanso y, desde luego, inquietos por la justificada ansiedad de la Fiscalía Anticorrupción de perseguir el uso indiscriminado de tarjetas de crédito al más puro estilo Caja Madrid. A la espera de las nuevas entregas de este culebrón que alargará el suplicio familiar en La Zarzuela, diezmada por el inmovilismo de unos asesores desbordados, se acrecienta el debate sobre la jefatura del Estado español. Un escenario pantanoso que en absoluto molesta a Sánchez y a su vicepresidente porque ambos ven fortalecida así su vena republicana por la vía de hechos nada ejemplarizantes y, de paso, disponen de un evidente pretexto para seguir orillando a Felipe VI. Para disimular el mutuo desafecto que resulta palmario, siempre les quedará la envolvente de ese ligero aumento en el presupuesto de gastos de la Casa del Rey, al margen de las aportaciones voluntarias tan tentadoras de los amigos latinoamericanos.