odo el mundo, en alguna ocasión, habrá recibido invitados en su domicilio y, evidentemente, se habrá desvivido por brindarles lo mejor de sí para que sus convidados disfruten de la recepción. De la misma manera, todas las personas desean sentirse cómodos en las fiestas, reuniones o celebraciones a las que son invitadas. Pero no siempre concurren ambas circunstancias. En Mendizorroza, la casa albiazul, hay un equipo que cada vez que visita el estadio se siente como en su propio hogar. Tienen tal confianza, seguridad y familiaridad que en vez de botas de fútbol multitacos utilizan zapatillas de paño. Llegan, no sé si les da tiempo a saludar, y se van por donde han venido. Y si no, echemos mano de los números: sin tener en cuenta el choque de ayer, desde la temporada 1998-99, ha disputado diez encuentros en Liga con el resultado de seis victorias, dos empates a cero y dos derrotas. Más aún, en las últimas seis visitas no ha encajado un solo gol y ha marcado quince. Vamos, que no se puede quejar de su anfitrión, pues recibe un trato exquisito. Todavía queda en el subconsciente albiazul la nula oposición que ofreció su equipo el último encuentro de la temporada precedente celebrado el pasado julio y que desembocó en una humillante derrota por 0-5.

En esta ocasión, la situación del Barcelona distaba bastante de ser la ideal. El club catalán, acuciado por la moción de censura expuesta por los socios, quedó descabezado con la marcha repentina de su presidente, por su gestión inoperante y su incompetencia según sus detractores. A pesar de todo, el equipo volvió a sonreír después de la victoria en Champions ante el rival directo en la fase de grupos. Pero el Barcelona de Liga no pasaba por su mejor momento: un punto de nueve posibles. El desigual inicio en la disputa de partidos en este campeonato mostraba una clasificación provisional con ambos conjuntos igualados a siete puntos. No es porque estuviera bien el Alavés, no, sino que era el rival el que no estaba a la altura. Los alavesistas se hallaban solo un punto por debajo con respecto al mismo período en la anterior campaña; los azulgranas, seis. Eso sí, con dos encuentros menos disputados.

Las alabanzas tras el partido de Turín se tornaron en críticas y lloros después del choque de Mendizorroza. El efecto de la renuncia de Bartomeu duró más bien poco puesto que, por suerte para el Alavés, el Barcelona que se presentó en el paseo de Cervantes era el irregular de LaLiga, como si no hubiera hecho escala en tierras italianas. Al menos en la primera mitad, donde el conjunto albiazul supo jugar muy bien sus cartas ante un rival en teoría superior con un once bastante extraño, si lo cotejamos con los exhibidos en encuentros previos. Vimos al mejor Rioja desde que llegó a Vitoria. Su gol es una mezcla de creer y de no dar nada por perdido. No siempre las buenas intenciones por sí mismas son suficientes, pero en este caso sí lo fue. Para conseguir cosas hay que hacer cosas y no siempre es sencillo. Después de una buena primera parte llegó una segunda en la que la portería de Pacheco se vio asediada por un rival que no se creía lo que estaba aconteciendo. Parecía que estábamos asistiendo a un partido de balonmano, donde solo un contendiente atacaba, con diversos pivotes incrustados en la defensa rival y todos los disparos eran rechazados de mejor o peor manera. Y vuelta a empezar. Llegó a ser tal el agobio final que a uno le dieron ganas de echar una mano a unos jugadores estajanovistas que no daban abasto a alejar balones de su área. La intención de conseguir algo, de superar una limitación, un problema, quedarse en inferioridad ante un adversario muy superior en este período, la creencia de ser capaz de lograr el objetivo los llevó a alcanzarlo, no sin grandes esfuerzos y una gran dosis de suerte. Está claro que cuando se está convencido de que se alcanzará la meta las probabilidades aumentan.

En esta jornada el Alavés rompió una racha negativa que duraba demasiado. Y eso que, en su empeño en que sus invitados siguieran disfrutando de otra velada más, provocó una expulsión evitable y dio el pase de gol al rival, ya que por sí mismos se veían incapaces de encontrar el modo de superar su organizada y multitudinaria defensa. Por fin se marcó un gol, el último lo firmó Ibón Begoña allá por diciembre de 2001, con victoria por 2-0; además sirvió para sumar un punto que sabe a gloria, por lo que supone lograrlo ante un cualificado oponente y por el gran esfuerzo realizado, algo que no se conseguía desde el empate a cero de agosto de 2005. Ahora que se han ido las visitas, le toca disfrutar al anfitrión.

Por suerte para el Alavés, el Barcelona que se presentó en Mendizorroza no era el de Champions sino el de la Liga

La intención de superar la limitación de quedarse en inferioridad y una gran dosis de suerte llevó a alcanzar la meta