studiaba cuarto de bachiller en dominicos de Bergara y el Padre Salazar, que daba latín, organizó con el colegio de monjas la representación de una obra teatral que él dirigía y me eligió de coprotagonista con una chica monísima. Mientras ensayaba, caí enfermo de cierta gravedad, no pude seguir, aquello se suspendió y él perdió su oportunidad de lucimiento. Aunque, y no es chulería, era bueno en latín, me suspendió a mí solo, habiendo compañeros a los que puso notable que no sabían traducir ni el galia divisa in partes tres. Fue algo parecido a cuando la poli te para yendo a misa porque vistes desaliñado, mientras saludan amables a quien pasea encorbatado con un maletín de dinero robado a una ONG.

Paradójicamente, esa desigualdad de decisiones, que es otro modo de llamar a la injusticia, la están llevando a cabo los llamados a aplicarla con sus autos y sentencias ante la multitud de decisiones que toman las autoridades. Que Nafarroa cierra sus fronteras y los bares durante quince días, pues estupendo, que Aragón cierra sus tres capitales, fenómeno, que Euskadi prohíbe reuniones de más de diez, pues adelante también. De repente, cuando la cosa está más jodida y, para aliviarla, el Gobierno Vasco resuelve reducir esas reuniones a menos de seis, por ahí no pasan.

Probablemente tengan razones jurídicas de puntillosidad inalcanzable para alguien que pencó latín en cuarto de bachiller, pero parece que algo de sensibilidad y empatía deberían tener con quienes toman decisiones para aliviar un problemón, y si a los navarros no les cercena su libertad cerrar los bares o la prohibición de salir de su territorio, parece que tampoco nos la laminará si aquí no podemos cenar siete juntos.

Por cierto, cuando en septiembre fui a examinarme de latín, D. Salazar había colgado los hábitos y me aprobaron sin más. A ver si, sin necesidad de colgarlas, por lo menos vamos higienizando las togas.