n su discurso de Política General ante el Pleno de Juntas Generales de Bizkaia, el diputado general, Unai Rementeria, mencionaba, entre los múltiples proyectos e iniciativas de su Gobierno, el rediseño de “una completa arquitectura fiscal” bajo el trabajo experto del University College of London y de la reconocida economista, Mariana Mazzucato (El Estado Emprendedor) e insistía, acertadamente, en que no es momento de precipitar medidas improvisadas y parciales retocando impuestos sino que cualquier cambio a realizar deberá venir acompañado de un análisis global de su impacto y esperar al momento adecuado para su aplicación.

Sin duda alguna, cuando la línea prioritaria de solución y salida, a mejor, de la crisis pandémica es la apuesta por “hacer todo lo que sea necesario” comprometiendo recursos intergeneracionales del largo plazo bajo la palanca del endeudamiento necesario, pese a las inevitables (pero no hoy ) políticas fiscales que creen ser capaces de cambiar la descomunal deuda pública necesaria con incrementos impositivos para aquellos “que más tienen” o “los ricos”, según el discurso, y que más allá de lo bien que pudieran sonar a determinados grupos sociales (sobre todo a quienes se consideran excluidos del grupo pagador), su efecto hipoteca pudiera lastrar el potencial desarrollo y construcción de un futuro de empleo, riqueza y bienestar que demanda cambios sustanciales.

Sin duda, el prestigio y reconocimiento de la profesora Mazzacuto, como suele ser habitual, no es compartido por otras líneas de pensamiento que separan y enfrentan los roles asignados a gobiernos o iniciativa privada, otrorgan papeles diferenciados y excluyentes aa unos y otros en la generación de riqueza y empleo, atribuibles en un equívoco sentido de la parcialidad enfrentada y la simplificadora interpretación (empresarial, política, académica y mediática) que durante demasiado tiempo dio lugar a un pernicioso pensamiento único dominante por el que la riqueza y el empleo lo crean las empresas (privadas) y los gobiernos deberán limitarse a una mínima regulación, administrar, recaudar, no estorbar y generar puestos de empleo funcionarial de por vida, que no trabajo/empleo productivo, eficiente y sostenible.

Afortunadamente, la puesta en valor de planteamientos alternativos, mitigadores de la globalización enfermiza que nos ha invadido y de su propaganda en vena, defensora de que solamente hay una manera de hacer las cosas y el apoyo a la simplificación de la realidad con recetas equívocas del valor público y principios de solidaridad parecen volver a escena confrontando recetas del pasado, abriendo una ventana a la esperanza transformadora.

Desgraciadamente, el tránsito de una línea dominante a otra, que se abre paso gracias al fracaso o insuficiente repuesta de su aplicación, no es ni será automático o inmediato. Hoy llama la atención la fuerza con la que dichos planteamientos del pasado permanecen anclados en una cómoda bandera, acompañada de un discurso que parecería comprarse en muchos ámbitos. Hoy todas las reivindicaciones que se instalan en los mensajes mediáticos dominantes pasan por exigir “plantillas públicas”. De igual forma, estas consideraciones parecerían alimentar a un buen número de empresarios que, en contrapartida, vuelven a las ideas del pasado y descalifican el papel de los gobiernos o entienden que toda intervención debe prescindir de contrapartidas generadoras de valor social compartido.

En Euskadi ya vivimos hace muchos años este largo encontronazo con la realidad. Los difíciles años 80-90, la crisis económica, energética, industrial, financiera, política y el estado de violencia vividos nos obligaron a recomponer el rol de los diferentes agentes económicos y sociales, recrear o reinventar las instituciones y conferir capacidades y actitudes diferentes a los gobiernos (en todos los niveles institucionales). En una estrategia contra corriente, Euskadi apostó por “Gobiernos/Estado/Emprendedores” desde una óptica de relación imprescindible público-privada. El liderazgo público para las transformaciones largoplacistas resulta esencial y el acompañamiento compartido, así como iniciativas promotoras privadas, absolutamente necesario. Ese enfoque provocó que nuestro “Estado emprendedor” haya hecho de la innovación, el motor de su apuesta por el binomio economía-sociedad bajo el modelo de desarrollo compartido en el que políticas sociales y economistas han venido de la mano y que el corazón/cultura industriales (máxima expresión de la economía real y formal), hayan pilotado la fortaleza de modelos de emprendimiento, investigación y tecnologías aplicadas, financiación y servicios relacionados con la economía real (hoy algunos le llamarían “servitización”), redes sociales de bienestar, relaciones laborales formales y marcos de cohesión social y territorial. Así, cuando las sucesivas crisis (las que han seguido y las que estarán por venir) se han encontrado con capacidades significativas de resiliencia, con instrumentos adecuados para canalizar mecanismos de respuesta, con la mínima cultura solidaria requerida y las capacidades profesionales necesarias. En este marco, el emprendimiento empresarial florece y permite construir respuestas impredecibles e imprescindibles para afrontar nuevos desafíos.

Así, cuando explicamos a lo largo del mundo las claves del éxito observado en este país y asistimos, día a día, a los reconocimientos y alta valoración internacional, demandando nuestro asesoramiento y consejo, de una u otra manera destacamos, por encima de todo, los procesos de alianzas público-público y público-privado, la riqueza de un tejido económico asociativo (miles de empresas, dirigentes, en el ámbito público y privado), compartiendo cientos de proyectos convergentes, un sin número de entes o instrumentos facilitadores, bajo una “estrategia más o menos explícita, más o menos compartida” con vectores estables en el largo plazo, con niveles de interlocución y decisión capacitados y, aún, con criterios y cultura emprendedoras. ¿Es hoy nuestro país un espacio de claro emprendimiento público más allá de un mal llamado “ecosistema de emprendimiento” que parece limitarse al reducido mundo de las startups de recorrido incipiente y temprano? Sin duda, si repasamos el mapa de iniciativas y empresas exitosas, proyectos innovadores, claves transformadoras, reconoceremos la presencia, en mayor o menor grado, de ese “Estado/Gobierno emprendedor”. ¿Es suficiente? ¿Seremos capaces de romper los silos separadores de roles excluyentes entre gobiernos y empresa privada? ¿Reconoceremos el rol esencial de las empresas privadas, como una verdadera comunidad de encuentro y generación de riqueza y bienestar?

Ojalá, trabajar iniciativas diferenciadas como el mencionado proyecto de la mano de la profesora Mazzucato permite poner en valor la innovación del “Estado emprendedor”, motor convergente y aliado de “nuestro emprender privado”, ADN de nuestro histórico desarrollo, y potenciar su imprescindible papel en el intenso proceso de reinvención, recuperación y transformación que pretendemos abordar.

Hoy, Mazzucato impulsa la formación de gobernantes y altos servidores públicos pretendiendo que focalicen sus labores públicas en la innovación y el valor público al servicio de la sociedad para la que trabajan y a la que se deben. Más allá de las aportaciones concretas que sin duda serán de gran utilidad para el país, confiemos, esperanzados, en su capacidad de refuerzo e impulso de la mentalidad y compromiso permanente de nuestra voluntad transformadora/emprendedora, construyendo un país deseable. Ahora que ni podemos ni debemos dejarnos llevar ante la incertidumbre paralizante de planes, escenarios certeros e iniciativas anticonformistas, hemos de afrontar, otra vez, “una nueva economía” (o la vieja, de siempre, bien entendida con nuevos jugadores y actitudes), “nuevas reglas y marcos de juego”, “nuevas instituciones e instrumentos de gobernanza”, desde una mayor solidaridad, confianza y credibilidad en los demás (entre gobiernos y empresas, sociedad y gobiernos, también) y, por supuesto, a su debido tiempo, una “nueva arquitectura financiera” mediante la que, sin duda, deberá provocar una reconstrucción ordenada (y pagable) deuda global. Solamente así transitaremos hacia un mundo diferente, con mayor equidad y más inclusivo.

Hoy no parecería razonable la búsqueda de atajos impositivos que paralicen o hipotequen el crecimiento y la inversión por mucho que las cuentas públicas muestren cifras espeluznantes. Engañarse con ingresos que no habrán de darse para proyectar fotografías mitigadoras de déficits reales, lejos de favorecer la recuperación perjudica su solución. Mañana, una vez superada la crisis, vendrá el gran debate político y social, a nivel mundial, para afrontar la innovación fiscal, tributaria y la solución del endeudamiento, que será problema y prioridad mundial. Entonces, si hacemos las cosas bien, estaremos (todos) mejor preparados para afrontarlo. Hoy no toca.

Siguiendo con la propia Mazzacuto, podemos acercarnos a entender lo que en su opinión sería hacer las cosas bien. Esta misma semana, en la revista Foreign Affairs, insiste en evitar incurrir en los errores del pasado, como los cometidos en la crisis financiera del 2008 atendiendo las debilidades y necesidades de la economía financiera y sus actores, protagonistas de la propia crisis. La intervención y ayuda pública debe venir acompañada de acciones transformadoras, de nuevos instrumentos, de nuevos compromisos de los receptores de las ayudas. Los gobiernos deben actuar protegiendo el interés público a la vez que enfrentando problemas sociales, desde la perspectiva del “valor público y/o colectivo”, repensando prioridades e impacto de largo plazo. No se trata solamente de invertir y aportar recursos. La mentalidad emprendedora o “el Venture Capitalism” que ella señala, exige ese “Estado/Gobierno emprendedor” tan necesario y diferenciador en la concepción y creación de un futuro distinto. Sin duda, tiempos para dotar de un propósito a nuestra economía. Tiempos de misión y objetivos compartidos para un mundo en el que los espacios público y privado han de transitar juntos.