l flâneur, ese personaje que se dedica al arte de pasear y observar el mundo, esa figura literaria que quedó consagrada gracias a Walter Benjamin, quien la toma de Charles Baudelaire, parece haber renacido estos días en nuestras calles, plazas y parques. Según Baudelaire, “para el perfecto flâneur, para el observador apasionado, es una alegría inmensa contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y, sin embargo, pasar inadvertido”. Después de él, el filósofo Walter Benjamin reflexionaba sobre la figura del flâneur dándole otra perspectiva: como medio para boicotear al capitalismo al pasear sin objetivo, sin consumir, sin ser mercancía. Pienso estos días en si esta vuelta a la calle de tantas personas en forma de paseantes ha acercado a más de uno y de una a una actividad que no practicaba antes o si ha cambiado la percepción del paseo en la gente que ya lo practicaba con anterioridad. Si estas semanas de encierro y esta semi-libertad que vivimos con franjas horarias y fases les ha ayudado a percibir en sus paseos nuevas sensaciones: si han mirado a su alrededor con más atención, si en algún momento han cerrado los ojos para respirar fuerte, si han sentido el viento sur acariciándoles las mejillas, entre el pelo, si lo han reconocido en el gesto ladeado de los árboles o en el movimiento tan parecido al del mar de los campos… Si se han fijado en las hojas, las sombras, los destellos; si se han parado a escuchar el trinar de los pájaros, el murmullo de otros paseantes… Me pregunto si la figura de paseante que vemos estos días se parece en algo a aquel flâneur para quien la acción de andar era toda una filosofía y actitud ante la vida. Porque el flâneur mira, pero no de cualquier manera, mira hacia fuera y hacia dentro a la vez, consciente de que su subjetividad está relacionada y condicionada por su alrededor. Me pregunto si estos días alguien más se ha unido a la creencia de que precisamente el hecho de ser inútiles convierte muchas cosas en bellas.