ice la educadora y psicóloga Catherine L’Ecuyer que desconoce las consecuencias que este confinamiento tendrá para nuestros hijos pero que sí sabe que, si lo llevamos con calma y tranquilidad en la medida de lo posible, todo irá bien. Cada uno tiene sus cadaunadas y cada casa es un mundo, claro. Mis churumbeles están encantados de que estemos los cuatro juntos aunque no podamos salir o tengamos que teletrabajar. Para ellos, la unidad familiar es un bálsamo, como para un perro pastor lo es tener a todo el rebaño controlado y en su sitio. Autogestionan sorprendentemente parte de su tiempo, juegan, se pelean, nos demandan, tienen sus rabietas, su armonía y sus ocurrencias. Pero saben que estamos ahí las 24 horas y para ellos parece que es suficiente. Estos últimos días tenemos a dos inquilinas en casa: Elena y Enara. Ellas son las nuevas amigas invisibles de los txikis. Desayunan con ellas, comen y cenan con ellas, duermen con ellas y juegan con ellas y también tenemos que cambiarles de ropa y ayudarles a lavarse los dientes, como a ellos. Han llegado de forma natural y nosotros intentamos asumir su incorporación familiar como algo normal. Cuando yo era pequeña también me inventé un amigo invisible. En realidad, su fantasía es una buena metáfora de la situación que están viviendo porque ahora ellos también son invisibles, como los miles y miles de niños que han desaparecido de las calles, por el temor de que estallen en forma de bombas biológicas. Por supuesto, no pongo en duda en absoluto las medidas que nos hemos visto obligados a cumplir porque claramente están teniendo sus frutos. Pero no dejamos de pensar en por qué han venido Elena y Enara a casa y cuánto tiempo se quedarán. Pensamos en qué pasará por la cabeza de estos dos canijos que no entienden nada pero viven esto de forma tan natural que asusta. Y eso nos da tanta envidia...