No soy una persona que frecuente los centros comerciales. No me parece el mejor lugar para pasar el tiempo con mis tres hijas. Sobra decir que son lugares donde el sobre estímulo publicitario y el llamamiento al consumismo desmedido abundan, donde cuerpos perfectos e irreales de hombres y, especialmente, de mujeres asoman en todos los escaparates, y donde las grandes marcas logran enormes beneficios a costa de las condiciones de los y las trabajadores/as. Pero, a pesar de todo, el primer fin de semana de julio entré a uno de estos gigantes y, para mi sorpresa, hubo un detalle que me llamó más la atención que lo mencionado anteriormente. Un detalle que me asustó y me empujó a escribir estas líneas. Este pormenor hubiera pasado desapercibido si mi hija mayor, de cinco años, no se sube a una pequeña atracción en la pequeña área de juegos del centro comercial Txingudi. El juego era un caballo de vaqueros que tenía un revólver muy realista en un lateral. Y, aunque no estoy de acuerdo con el uso de armas como juguete, no fue eso lo que despertó mi atención, sino a quién apuntaba ese revólver. El juego consistía en matar “indios” americanos. Obviamente, mi hija, chilena de nacimiento, jugaba feliz. Yo traté de explicarle la realidad del juego y el origen del mismo, y no resulta difícil hablar de colonialismo o de racismo pero, ¿cómo explicar el sufrimiento de todo un continente cuando se banaliza en un pequeño juego de un centro comercial? ¿Cómo explicar esta injusticia cuando es ella quien, “jugando”, está apretando el gatillo? Resulta curioso que en un país como el nuestro nos podamos permitir el lujo de tener este tipo de juegos, cuando fueron miles los americanos perseguidos y asesinados por vascos hace no tantos años, y cuando el colonialismo sigue más presente que nunca expoliando los recursos de los países del sur. El pueblo vasco y el conjunto de Europa tienen una deuda histórica con los pueblos originarios de América que es muy difícil de cerrar, probablemente no lo logremos nunca. Pero podemos trabajar con las próximas generaciones para que tengan una opinión crítica frente al racismo y al colonialismo. Si el protagonista del juego hubiera sido un nazi metiendo a judíos en cámaras de gas, o un yihadista acuchillando a ingleses en el centro de Londres, o un soldado israelí matando palestinos, nadie tendría dudas sobre lo inadecuado del juego. Pero, ¿por qué nos parece apropiado que los vaqueros maten a los “indios” en un juego infantil? La respuesta parece sencilla: 500 años después las gentes de los pueblos originarios de América nos parecen inferiores. 500 años después los países del norte están por encima de los pueblos del sur. Porque, aunque parezca que hablamos del pasado, de las clásicas películas del Oeste, en los últimos quince años han sido asesinados 1.500 activistas indígenas y ambientalistas que luchaban para proteger su territorio y su modo de vida. Vaqueros modernos que matan a “indios” para proteger los intereses neocolonialistas de grandes empresas del norte auspiciadas por los propios estados capitalistas. Y, aunque nos pese, entre ellas alguna empresa vasca. Yo, aunque razones no me faltan, no voy a hacer mediante este artículo un llamamiento a un boicot de estas multinacionales, ni voy a pedir que nos organicemos para impedir que sigan explotando el sur del planeta. Simplemente pido que retiren este tipo de “juegos”. Concienciemos a nuestras hijas e hijos contra el racismo en todas sus formas, no las hagamos insensibles ante tanta injusticia.Mikel Arizti López de Aberasturi