Admiro a las personas auténticas, que de su saber ser, discernir y resolver con empatía e inteligencia relacional... Hacen escuela.Una de ellas fue el premio Nobel de Literatura André Gide, que tras vivir de cerca la muerte por enfermedad, evolucionó una nueva conciencia: “Ninguna palabra asoma a mis labios sin que haya estado primero en el corazón.” Tan sabia como difícil, en particular para estos tiempo de gran tribulación para la humanidad global, ya que, ese fluir desde la raíz del corazón a la boca, sin el retorno habitual del filtro o amplificador del intelecto... Es una virtuosidad.Siendo la bioética la base de la dignidad humana, nos dice que, es la ciencia la que debe estar al servicio del bien humano para preservarnos la salud, y no el hombre para experimentación de la ciencia. El padre de la bioética es Fritz Jahr. Coronó a toda la humanidad en 1927 a través de cuatro principios para asegurar que la ciencia está al servicio del paciente: autonomía, que el paciente tenga derecho a escoger su tratamiento (exige ampliar la oferta médica a favor de las medicinas integrativas basadas en evidencias); justicia, dar valor a esas evidencias y testimonios documentados, en paridad a los ensayos en laboratorios; beneficencia, aplicar el acuerdo de Helsinki, que en pandemias permite usar productos y terapias no reconocidos por organismos oficiales; maleficencia, efectos secundarios indeseables con medicamentos de síntesis que permiten patentarlos, yatrogenia hospitalaria y otras más...