Pablo Neruda, por supuesto. Cuando quiero aturdirme de belleza, de palabras llenas, te leo sin más; sin fijarme en nada, dejando que la música o el trueno me caiga del techo del cielo, donde tú ves pinos verdes o lingotes, zafiros, playas o algas entre la luna, la tierra y el sol. Me dejo abrumar por el infinito o las olas del viento austral. Simplemente me dejo llevar por tu verbo, tus colores, tus dolores, tus limones y tus ausencias. Y me siento bien, como un cerezo en flor en la nueva primavera, al que quiero lanzarme como a una piscina o mejor a un río caudaloso. Aturdido. Es como el néctar de un virus. Yo soy muy fácil de temblar, sobre todo frente a la belleza y a la ternura; y tu tienes un alma bella, al menos cuando escribes cosas como: “Amo tus pies porque anduvieron sobre la tierra y sobre el viento y sobre el agua hasta que me encontraron”. O esto: “A nadie te pareces tanto desde que yo te amo”. O también: “Hay un cierto placer de la locura, que solo el loco conoce”. Es difícil calibrar la primavera, pero tú la llevas dentro de tu alma. Sin más por el momento.