El senador estadounidense Hiram Johnson lo certificó en la primera contienda mundial, hace un siglo: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Como las huestes conservadoras más extremistas están levantadas en armas desde junio de 2018, cuando Sánchez el impío reemplazó a M. Rajoy el impoluto según su peculiar interpretación, prepárense para el aluvión de embustes en cadena hasta las elecciones generales de diciembre. La principal falacia, que Sánchez es un dictador tan ilegítimo como los pactos de estabilidad con PNV o ERC mientras a juicio de los salvapatrias de guardia España se rompe y el PSOE la ha puesto de rodillas ante el enemigo. Como si los vascos y catalanes fueran ciudadanos de segunda aunque contribuyentes de primera para el sostenimiento de las cargas del Estado. Y como si en concreto el Gobierno Vasco no tuviera sus tensiones con el español, básicamente de orden competencial por las 27 transferencias pendientes. Más allá de lo grotesco de que se proclamen custodias de la Constitución siglas que secuestran tribunales o abogan por erradicar las autonomías, aquí subyace una concepción patrimonialista del poder, que correspondería a la derecha por designio divino y, si no, media una anomalía fatal.

El ungido para devolver ese curso natural es Feijóo, que ha alineado a la prensa conservadora como sufragio útil en detrimento de Vox, a falta de ordenar del todo su partido aplacando a Ayuso y de inocular definitivamente el antisanchismo en el elector del PSOE más tibio. Así como la derecha ya ha desatado en la calle las hostilidades para la cruzada de las generales, con el PP adelantando su predeterminación de gobernar con Vox al plantear como pretexto que se entregue el poder a la lista más votada, en Euskadi debe prevalecer en lo fundamental el ánimo de consenso. En aras siempre al interés general, sin menoscabo de la legítima diferenciación partidaria.

En consonancia con la prioridad marcada por el lehendakari de vigorizar los servicios públicos esenciales en el contexto de una inversión récord en Osakidetza a optimizar y de un amplio pacto educativo, más otras apuestas trascendentes como por ejemplo la emancipación juvenil con un plan poliédrico que contemple desde el empleo hasta la vivienda. La gestión eficiente de las urgencias sociales resulta tan relevante como la crítica argumentada para seguir construyendo país al alimón y en paralelo a una coyuntura electoral paradójicamente casi constante. El clima de estabilidad constituye un imperativo no solo gubernamental para el progreso colectivo.

Pongamos por caso a Michelin, que impulsa su planta de Vitoria-Gasteiz con la fabricación de un neumático para reducir el ruido en el habitáculo del coche eléctrico y que precisa ampliar sus terrenos para ganar el futuro con más proyectos para sus 3.600 empleados, también una responsabilidad de los poderes públicos de todo signo. “Hay quien cruza el bosque y solo ve leña para el fuego”, constató Leon Tolstoi, autor de la novela Guerra y Paz. Nos sobran los leñeros.