Vladímir Putin juega a provocar inestabilidad creciente en Europa tratando con ello de proyectar una crisis hacia su antagonista occidental –la Unión Europea, aunque el pulso geoestratégico en su vertiente militar sea con la OTAN– que le haga cejar en su defensa de la integridad territorial de Ucrania. La multiplicación de los reveses en el campo militar, con una inesperada retirada de las tropas rusas ante el avance ucraniano, ha provocado que el presidente ruso se lance a una huida hacia delante que amenaza con descontrolarse interna y externamente. Putin ha logrado mantener, con el control extremo de la información, una mayoría de simpatías hacia su operación en Ucrania, donde se ha mostrado ante su opinión pública como el rescatador de una minoría rusa oprimida presuntamente. Pero está por ver si ese llamamiento a la defensa de la patria y la asimilación étnica es sostenible en el tiempo mientras se amplían las levas de reservistas que contradicen el discurso oficial sobre el devenir de la guerra. Moscú dispone de un millón de combatientes profesionales y se dispone a movilizar a 300.000 más aunque sostiene que sus pérdidas en los meses de invasión no van más allá de los 6.000 soldados. La sensación de inseguridad y el descontento se tradujeron ayer mismo en un aluvión de compras de billetes de avión para abandonar Rusia. Putin ha optado por hacer suyo el discurso expansionista y la apelación a la patria que le reclaman los sectores más ultras paneslavistas y los antiguos comunistas. A esta estrategia se añade una creciente represión en forma de leyes sancionadoras de la rendición o la deserción que pueden disgregar la unidad que pregona el presidente. A medida que crezca su inestabilidad se incrementará también la amenaza continental en tanto vuelve a agitar su capacidad nuclear como un recurso al que estaría dispuesto a recurrir en caso de verse acorralado. Una barbaridad semejante, un bombardeo atómico en Ucrania, no ha entrado en los cálculos realizados en Europa desde el mero sentido común y, por tanto, aterroriza solo como posibilidad. Es momento de que el cinturón de contención que hasta la fecha ha sostenido occidente cuente con la aportación de China con una severa advertencia en ese sentido. Aunque solo sea porque la inestabilidad y su impacto económico también daña a Beijin.