La entrada en vigor de las medidas de ahorro energético no cierra el debate político que conlleva el riesgo de perder la perspectiva del reto a asumir. Con independencia de que resulta oportuno reconducir los desencuentros institucionales, el fondo del asunto trasciende lo meramente táctico de los partidos. Sería un error enfocar la necesidad de contener el consumo energético como una coyuntura sobrevenida. Tanto la dependencia energética como el impacto ambiental son problemas que requieren acciones estructurales y la definición de un nuevo paradigma energético en términos de suficiencia, de sostenibilidad económica y ambiental y de eficiencia. La tentación de afrontar el control del consumo con la expectativa de que pase cuanto antes el lapso que lo hace necesario sería irresponsable. La calidad de vida, el bienestar, no pueden pasar por el consumo masivo y sistemático de recursos. Tampoco energéticos. En ese marco es preciso un nuevo paradigma energético capaz de sostener las necesidades de consumo para la creación de actividad, empleo y riqueza para el país sin descuidar el bienestar pero primando la eficiencia. Consumos superficiales que son difícilmente sostenibles deberán ser relegados. Procedimientos de generación de energía renovable y sistemas de consumo mejorados y favorecidos por una regulación que prime la autogeneración eficiente allí donde sea factible. Son los primeros pasos imprescindibles para superar una dependencia de los hidrocarburos que debilita y crea inseguridad por los vaivenes del mercado y el suministro. Pero el cambio de concepto debe ir más allá y vincularse al consumo. Difícilmente un territorio como Euskadi va a alcanzar en plazo razonable la autosuficiencia energética por la vía de la generación pero esto no conlleva eludir la imperiosa necesidad de incrementar la capacidad renovable para reducir la dependencia. Además, las incuestionables mejoras en materia de eficiencia deben seguir jugando un papel fundamental para alcanzar ese equilibrio más incluso de lo que ya han aportado. Y, más pronto que tarde habrá que acometer el nudo gordiano del consumo responsable y del innecesario, del prescindible que confunde el derecho al bienestar con gasto superficial. Todo ello configura un paradigma a implantar que no se va a consolidar por la vía de las sanciones o las medidas coyunturales.