rimero los detuvieron, más tarde los interrogaron, y finalmente, aun a sabiendas de que eran inocentes los asesinaron; no sin antes poner algunas armas en las manos de las víctimas y hacerlos pasar por guerrilleros. El exoficial del Ejército colombiano, Néstor Guillermo Gutiérrez, relataba hace escasas semanas esta práctica común bajo el mandato del presidente Uribe (2002-2010). La estremecedora confesión no sorprendió a muchos.

Ya desde tiempo antes de que el coronel Aureliano Buendia descubriese el hielo de la mano de su padre, los colombianos se habían acostumbrado a vivir en un mundo mágico. Todavía hoy, la inseguridad se percibe como fenómeno natural; la falta de oportunidades laborales es la norma, y tanto la violencia extrema como la falta de libertades son tan abrumadoras que a pocos llama la atención. No es pues extraño que de esa irrealidad cotidiana enraizada desde décadas atrás surgiera el “realismo mágico”.

En Colombia, con más de cinco millones de desplazados y uno de los cinco países de mayor desigualdad en el mundo, según la ONU, los ritmos rotundos de la cumbia y el vallenato, así como el fútbol articulan la nación. Ninguno de ellos aleja otro de los graves problemas del país: el racismo. El humor cínico también salta a la sociedad.

“Los ricos se creen ingleses; la clase media se cree gringa; los intelectuales se las dan de franceses y los pobres se creen mexicanos” solía decir Jaime Garzón sobre sus compatriotas. Abogado, pedagogo, actor, activista y mediador en el proceso de paz, sus verdugos no parecían compartir su sentido del humor y lo asesinaron hace 20 años.

El país no tiene régimen monárquico, pero como si lo tuviera. Durante los últimos doscientos años ha sido gobernado por presidentes emparentados entre sí. El poder se ha concentrado históricamente en un puñado de familias a las que se denomina las “cinco familias presidenciales de Colombia”. Las viejas castas de los Samper, Pastrana, Santos y Ospina siguen aferrados a sus privilegios.

La división geográfica y social del país no es menos importante. De los 118 presidentes que ha tenido Colombia, la inmensa mayoría nacieron en la región andina, la más rica y desarrollada del país. Solo seis presidentes procedentes del área costera, marginada y de población afrocaribeña, pudieron alcanzar la presidencia. Desde que el caribeño Rafael Nuñez accedió a la jefatura en 1886 ningún otro ha ocupado la magistratura del país. Gustavo Petro, candidato de la izquierda y oriundo de un pequeño pueblo de la costa, espera seguir sus pasos.

El domingo 29 de mayo se celebrará la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia. El ganador deberá conseguir la mitad de los votos más uno (mayoría absoluta). En caso contrario se recurriría a la segunda vuelta tres semanas más tarde.

Dos hombres se perfilan para la presidencia: el mencionado Gustavo Petro, apoyado por el Pacto Histórico, y Federico Gutiérrez del Equipo por Colombia. El primero, economista y exguerrillero del Movimiento 19 de Abril en su juventud, ha suspendido su campaña electoral en varias regiones del país por miedo a un atentado. Federico Gutiérrez, más conocido como Fico, exalcalde de Medellín, representa a una coalición de partidos de derecha.

El clima de violencia en el país se ha mitigado en los últimos años, pero sigue aún presente. El Acuerdo de Paz entre la guerrilla y el gobierno con la tutela del ejército que se inició en 2016 avanza lenta y frágilmente mientras las desigualdades del país progresan a ritmo rápido. La cuarta economía de Latinoamérica tiene un saldo de un 40% de pobres. Seis de cada diez ciudadanos trabajan en la economía sumergida: el Estado se desentiende.

Las protestas contra la política económica y social del Gobierno del actual presidente Iván Duque, cuyo detonante fue una polémica reforma fiscal que el Ejecutivo terminó retirando, sacudieron al país durante la primavera del año pasado. Las manifestaciones, que incluyeron bloqueos de carretera paralizaron la economía del país y dejaron un reguero de 46 personas muertas y denuncias sobre la brutalidad de la acción policial, según la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. La insatisfacción con la política educativa y la violencia que se ejerce contra las mujeres son fuentes permanentes de protesta por parte de los sectores populares.

Iván Duque, el todavía hoy mandatario, y discípulo de Álvaro Uribe no ha hecho sino poner palos a la rueda del Acuerdo de Paz. Se ha desatendido de los compromisos más fundamentales del Acuerdo y lo ha querido arreglar poniendo parches a una situación que requiere de visión política a largo plazo. Una parte relevante de las guerrillas no ha aceptado el Acuerdo y subsiste ahora con las ganancias del cultivo y tráfico de coca.

La izquierda nunca ha ganado las elecciones de Colombia; si lo hace esta vez, la noticia del cambio puede que llegue hasta Macondo, lugar que solo existió en la mente de García Márquez y donde tronarán con fuerza los ritmos de la cumbia y el vallenato. El verdadero reto no es descubrir el hielo: el reto es incorporar a los colombianos y colombianas a un proyecto democrático del que han carecido a lo largo de su historia. l

* Periodista