o es nueva, ni en la acción política ni en la social, la referencia al modelo vasco. En esos términos se expresaba el relato de pertenencia que fecundó el periodo de resurgimiento que caracterizó la mayor parte de la segunda mitad de nuestro siglo XX. Los que mejor lo expresaron quisieron significar que somos un pueblo con una tradición democrática y social arraigada que no busca mimetizar moldes del pasado, sino que tiene la capacidad de renovarse cada día para poder desenvolverse bajo la presión a la que estamos sometidos por un mundo en cambio constante.
De esta perspectiva, no se puede concluir nada que pueda entenderse como una búsqueda de la pura imitación de fórmulas institucionales que se habrían mostrado agotadas. En realidad, de lo que se trataría es de no perder la conexión con el flujo de enseñanzas que nos trasmite nuestra historia, que ha contribuido a dotar de una referencia cultural compartida a los que integramos la comunidad vasca y que nos es muy útil para animar el compromiso social y la cohesión como comunidad. Ha quedado claro que todo intento de modelización que no cuente con la provisión de ese sentido comunitario no puede aspirar más que a ser implantado desde el exterior de la propia sociedad, por lo que su penetrabilidad será limitada y dejará una huella más negativa que positiva.
Fijémonos en el marco de referencia que predominó en el ciclo histórico que hemos aludido al inicio. Cuando hablamos de herrigintza nos queremos referir a lo que Agirre y Arizmendiarrieta llamaban un pueblo en marcha, caracterizado de acuerdo con los términos precedentes y que avanzaría en la línea de un desarrollo personal y comunitario. Una marcha que no debía permitir la disolución de la persona en la acción colectiva. Nuestra mejor tradición democrático-asociativa se sostiene en la conciencia y el compromiso comunitario de las personas singulares, no en la actividad despersonalizadora de arrebatadas dinámicas de masas. Así, se quería promover una unión que no sofocara la diversidad en aras de pretensiones hegemonistas, sino que debía proteger y encauzar la pluralidad hacia una solidaridad que produce más fuerza humana que la pura concentración de multitudes. El auzolan es el símbolo más representativo de esta tradición que valora a las personas en su diversidad y a la vez es signo de una comunidad cohesionada, lo que en sentido contrario indica también que no funcionará o lo hará mal cuando el escenario social presenta graves señales de fractura o descohesión social.
Otra de las lecciones que podemos sacar de aquella brillante época es que una activación herrigile puede adquirir su mayor potencialidad si somos capaces de extraer el máximo jugo posible al ejercicio del principio de subsidiaridad, sin que ello signifique la creación de enclaves liberados de obligaciones solidarias con el entorno sociopolítico en el que se inscriben. La finalidad, que promovió aquel mismo paradigma, de rehabilitar desde abajo la participación y fortalecer la cohesión social a partir de las comunidades locales (cívico-vecinales o de trabajo) se puede y se debe conjugar perfectamente con una posición abierta a las dinámicas innovadoras provenientes del entorno global.
No hay que ocultar que, durante los años más fértiles del modelo vasco, ha habido una importante corriente política que desconfió de la conciencia y capacidad de la sociedad civil vasca para regenerarse por sí misma. Esa desconfianza llevó a algunos vascos a crear ETA, una vanguardia organizada que pronto inició una larga trayectoria criminal alimentada por un mesianismo de signo revolucionario, que pretendía beneficiarse de la causa vasca para activar una insurrección armada (Matxinada). Frente a la sugestiva memoria del euskal eredua, ETA sin embargo debería ser recordada como la gran anomalía vasca.
Por eso, la apelación de EH Bildu al modelo vasco ha causado cierta sorpresa y requiere despejar algunas incógnitas y recelos. La línea expuesta por Otxandiano y Otegi, ¿es una revisión crítica de la tradición política identificada con el antiguo MLNV? ¿En qué medida es un gesto táctico que no compromete a la matriz (Sortu) de la izquierda independentista? Hay muy buenas razones para la prevención, pero la mejor manera de verificar su autenticidad es implicarse a fondo en el debate. En este marco, el debate sobre las potencialidades del modelo vasco no alcanzará el mejor resultado posible si se evita plantear una dialéctica sobre la memoria reciente. Las tradiciones de lucha que se remiten a lo vasco deben enfrentarse a su balance. En el descargo de lo que hemos hecho en ese pasado reciente, los vascos tenemos la oportunidad de recomponer una memoria colectiva compartida que nos permitirá desenvolvernos de forma mucho más provechosa en el futuro inmediato. * Analista