isuadir a una Rusia empeñada en controlar a sus vecinos y cambiar el orden de seguridad europeo posterior a 1990 es, sin duda, una tarea difícil. Las sanciones severas, asistencia militar a Ucrania y refuerzo de la OTAN pueden ayudar pero es poco probable que obliguen a Rusia a cambiar de rumbo ahora.

Washington y sus aliados democráticos podrían embarcarse en una estrategia de contención que aumente el costo para Rusia y eventualmente fuerce un cambio político interno que ponga fin al brutal régimen de Vladimir Putin. Las palabras en este sentido de Biden en Polonia son algo más que una expresión de “las emociones” o deseos personales del presidente estadounidense.

Podríamos decir que Estados Unidos busca responder severamente a Putin -incluido, sí, un cambio de régimen en Rusia- después de que este consiguiera dañar gravemente la democracia estadounidense al manipular con eficacia las elecciones presidenciales americanas de 2016. Es muy importante ser conscientes de esto.

Las líneas generales de un proceso de contención son familiares, establecidas por primera vez a fines de la década de 1940 por George F. Kennan, un alto diplomático de la embajada estadounidense en Moscú. Kennan argumentó que la paranoia y las inseguridades del régimen de Stalin representaban un claro peligro para Occidente y pidió una contrapresión constante y contundente.

Pero Kennan también creía que la Unión Soviética era débil y sufría de contradicciones internas que finalmente desmantelarían el régimen. La contención tardó 40 años en tener éxito e implicó muchos errores innecesarios por parte de Estados Unidos, incluido el lanzamiento de la Guerra de Vietnam y el respaldo al derrocamiento violento de varios gobiernos. Pero la política, finalmente, desató fuerzas dentro de la Unión Soviética que llevaron al fin del régimen.

El objetivo fundamental de la contención seguiría ahora siendo el mismo que la antigua política: contrarrestar el expansionismo ruso, infligir costos reales al régimen ruso y alentar el cambio interno que conduzca al colapso final de Putin y el putinismo. Por supuesto, debe adaptarse a las realidades que existen hoy en día en lugar de las que prevalecieron al final de la Segunda Guerra Mundial.

En particular, los estrechos vínculos de Rusia con una China fuerte y nuevamente asertiva deberán abordarse de manera específica. Aún así, Rusia no es la Unión Soviética, un coloso militar e ideológico casi igual a Estados Unidos. Aunque sigue siendo una potencia nuclear, su ejército es una sombra de su antiguo ser soviético y su economía es más pequeña que la de Canadá, que tiene una cuarta parte de la población de Rusia.

Una actualización efectiva de la contención del siglo XXI consistiría en tres pilares principales: mantener la fuerza militar de los EEUU, desvincular las economías occidentales de Rusia y aislar a Moscú. Juntos, estos tres elementos aumentarían constantemente el costo para Rusia de continuar con sus políticas expansionistas, fomentarían la disidencia y el debate internos y, en última instancia, podrían forzar un cambio en la gobernanza.

Dicho cambio debe impulsarse internamente. Aunque Estados Unidos busca el fin del putinismo, esto ocurrirá solo cuando el pueblo ruso decida que ha llegado el momento. Además, el regreso a la contención no conduciría al fin inmediato de la guerra en Ucrania.

Eso requeriría medidas adicionales, incluido continuar proporcionando a Ucrania los medios militares que necesita para defenderse y resistir la ocupación mientras dure. Y requerirá asistencia económica y humanitaria masiva para ayudar a la población sitiada en Ucrania y a aquellos que se han visto obligados a huir del país.

Una diferencia importante entre la era de la Guerra Fría y la actualidad es el estatus de China. Pekín, que ya no es un actor secundario en la escena mundial, se ha convertido en el mayor competidor de Washington y el mayor desafío geopolítico en el Indo-Pacífico y en otras regiones. La crisis de Ucrania surgió en un momento en que la relación entre Rusia y China se ha vuelto particularmente estrecha.

Sus líderes se han reunido 38 veces desde que Xi Jinping se convirtió en presidente de China en 2012, incluida la más reciente en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, justo antes de la ocupación de Ucrania. Allí, emitieron un comunicado conjunto en el que señalaron que su asociación “no tenía límites”. Lejos de condenar la invasión rusa de Ucrania, Pekín ha culpado a Estados Unidos y la OTAN de no tener suficientemente en cuenta los intereses de seguridad de Rusia.

Pekín ha tratado de caminar sobre una línea muy fina en Ucrania. Por un lado, se ha puesto del lado de Rusia, culpando a la expansión de la OTAN de causar la crisis y alegando, antes del comienzo de la guerra, que las predicciones estadounidenses de una invasión inminente la estaban agravando. Por otro, no puede enfrentarse directamente a Occidente, que asegura su crecimiento y prosperidad económica.

Si Pekín se saliera con la suya, mantendría fuertes lazos con Moscú, salvaguardaría su relación comercial con Ucrania, mantendría a la UE en su órbita económica y evitaría el efecto indirecto de las sanciones de EEUU y la UE sobre Moscú, todo mientras evita que las relaciones con EEUU sigan deteriorándose significativamente.

Así, la crisis en Ucrania está exponiendo los límites de la política exterior del presidente chino, Xi Jinping. Las aspiraciones globales de Pekín chocan ahora con su deseo de permanecer selectivamente ambiguo y distante. Aunque los líderes chinos no lo reconocen públicamente, un alineamiento más estrecho de su país con Rusia está lejos de ser una estrategia prudente.

Las ventajas de este movimiento son teóricas y a largo plazo: algún día Rusia podría devolver el favor apoyando las aspiraciones territoriales chinas o cooperando en la revisión de las estructuras de gobierno global. Sin embargo, los costos para la estrategia global más amplia de China son reales e inmediatos.

Un eje Pekín-Moscú más estrecho alentaría aún más a los rivales de China a posicionarse en contra, dándoles más razones para formar lazos económicos y militares más estrechos para defenderse de la agresión china.

En las capitales europeas, donde el atractivo del mercado masivo de China tradicionalmente ha mitigado los esfuerzos para hacer retroceder al país, Pekín ya se enfrenta a vientos políticos en contra más fuertes. Y en Estados Unidos, el estado de ánimo sobre China se ha vuelto aún más oscuro. En Ucrania, China está jugando un juego peligroso.

Los líderes de China ciertamente son conscientes de que un apoyo más explícito a Rusia en el tema de Ucrania agravaría las relaciones con la UE y los Estados Unidos. Los estrategas chinos ven a Rusia, Estados Unidos y Europa como los determinantes más importantes del equilibrio de poder global. Durante mucho tiempo han visto los sueños de Europa de un mundo multipolar alineados con los suyos.

Al consolidar la división entre Rusia y Europa, la invasión rusa de Ucrania puede dividir a las potencias más importantes en dos bloques: Rusia y China por un lado y Estados Unidos y Europa por el otro, recreando los arreglos de seguridad de la Guerra Fría, a los que China afirma oponerse con vehemencia.

En esa situación, China se alinearía con la más débil de las otras tres potencias. Por ello, se puede suponer como algo extremadamente improbable que Xi diera luz verde al presidente ruso, Vladimir Putin, para invadir, a pesar de su aquiescencia, incluso tibio apoyo, una vez iniciado el conflicto. * Autor del libro ‘Megaprojects in the World Economy. Complexity, Disruption and Sustainable Development’ (de próxima publicación por Columbia University Press, New York)