emos iniciado un nuevo año y la mayoría hacemos propósitos para el tiempo que comenzamos. Uno de los principales es el de mejorar la convivencia, para así conseguir una vida más pacificada y armoniosa, personal y colectivamente.

El papa Francisco, para la 55ª celebración de la Jornada Mundial de la Paz, afirma en su mensaje que el diálogo entre generaciones, la educación y el disponer de un trabajo son instrumentos necesarios para construir una paz duradera, por ser cauce que posibilita un desarrollo integral y es el mejor camino para llegar a una auténtica convivencia entre todos los seres humanos, basada en la realización de proyectos compartidos.

Por su oportunidad reflexionamos sobre el primer aspecto, aplicándolo a nuestra concreta realidad.

. La ideología dominante, sobre todo en la mayoría de nuestros jóvenes, pone al individuo como única referencia y criterio de decisión. Aunque, de hecho, es un individuo gregario, que busca acomodarse a la masa, a lo que está de moda, a lo que opine el o la influencer de turno, valorado según el número de seguidores que tenga en sus canales de You Tube o Instagram o Tik Tok. Cada cual, para disponer aunque sea de un pequeño pedazo de “gloria”, expone su propia realidad vital, a veces provocada o inventada, al afán morboso de los demás.

Los vertiginosos cambios sociales que nos envuelven no son fruto del azar, sino de una dinámica desencadenada por intereses cruzados, muchos de tipo individualista, que nos dificulta ser dueños del propio destino, aunque cada uno tome sus decisiones. Para muchos, el principal deseo es acomodarse en la cresta de la ola, dejándose llevar con la fuerza de su impulso hacia un destino no elegido y al que muy pocas correcciones se pueden hacer. Lo cual parece no importar, mientras uno pueda “lucir perfil” ante los demás.

Muchas veces no interesa ni entra en los esquemas mentales de los componentes de esa célula básica de convivencia que es la familia un diálogo en profundidad. Si uno, sea joven o adulto, vive encerrado en los propios intereses particulares o en una determinada concepción absolutizada de la existencia tenderá a caer en la intolerancia.

Una mentalidad intolerante normalmente lleva a la división y al enfrentamiento. Cada uno, sea joven o adulto, piensa que su manera de pensar y vivir es la única que vale, queriendo imponérsela a quienes conviven con él o, para evitar conflictos, se deja la comunicación y cada uno hace su vida.

Así muchos jóvenes, y lo estamos constatando más claramente por efecto de las medidas tomadas para combatir la pandemia, ponen sus pretendidos “derechos” personales por encima de cualquier deber de restringir la movilidad o las reuniones, sin aceptar el no actuar según deseos porque al ser joven se tiene “derecho a divertirse como a uno le plazca”. Es síntoma de una latente frustración, por atrasar su independencia familiar dadas las dificultades de empleo y vivienda propia. O adultos que intentan imponer o mantener sus criterios de orden, porque piensan que son los únicos y necesarios, pero que ocultan el temor a aceptar la libertad de pensar o actuar de otros. En estas y otras muchas situaciones, no existe auténtica convivencia sino, a lo sumo, mera coexistencia.

También se constata que es más fácil la relación de los jóvenes con sus abuelos, llegando a formas de “complicidad” vital.

. Cuando el objetivo vital es el bien, tanto de uno mismo como de todas las personas, lo básico es establecer un sincero diálogo sobre lo que se espera y se desea del futuro que a todos concierne, aunque de manera distinta. Un diálogo que debe sustentarse en el reconocimiento del otro en su dignidad personal, lo cual lleva a la necesidad de ser respetada y escuchada. Sabiendo que de ese diálogo siempre se aprende, sobre todo esa sabiduría vital que no aparece en los libros técnicos y que es tan importante para acertar realmente en la vida.

Hemos de ser personas abiertas. El pasado ya ha sido superado, pero no debe quedar enterrado y olvidado como si no hubiera existido. Las personas mayores encarnan esa realidad y no han de ser marginadas o excluidas como si molestaran o impidieran el necesario avance tecnológico y social. Su precaución, nacida muchas veces de la incapacidad para asumir lo nuevo, sirve de contención a una dinámica que nos arrastra y deshumaniza. Pero la persona mayor tampoco debe intentar imponer sus criterios a los jóvenes, como si ella fuera la que todo lo sabe.

Si nos fijamos en las tareas que a todos competen (como es el cuidado y mejora de la casa común, el diseño de nuevas posibilidades de vida mejor para todos, la atención a los más necesitados...) únicamente un diálogo cordial, sincero, abierto, receptor de la bondad de cada uno y expresión de las propias inquietudes, potenciará una convivencia fructífera entre las generaciones, donde todos aprendemos y nadie se impone a los demás. * Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa