uando parecía que la pandemia había terminado, aparece la variante ómicron y el mundo se tambalea. ¿Cómo podíamos esperarlo? Entonces, ¿qué pensar del futuro?

Por desgracia, tenemos la mala costumbre de no distinguir entre riesgo e incertidumbre. En el primer caso desconocemos los resultados, pero al menos podemos asignarles probabilidades. En el segundo caso, no podemos hacerlo. Y sin embargo, lo hacemos. En realidad, lo que hacemos es engañarnos a nosotros mismos. Incluso se llega a un extremo perverso: si decimos que vamos a tener una inflación muy alta con una probabilidad del 95%, siempre tenemos el 5% de margen de error para quedarnos tranquilos. Así nunca nos equivocamos. Ese 5% es un cajón “de sastre” que se convierte en un desastre. De hecho, las estadísticas avanzadas de los economistas aciertan tanto como la astrología (por cierto, esto sí que es una estadística correcta).

La predicción es cosa de la ciencia. Así, Tales de Mileto llegó a predecir un eclipse solar en el año 585 antes de Cristo. Eso sí que tiene mérito. Las ecuaciones de Newton explican con precisión gran parte de la física. Más aún: cuando se cumplieron predicciones realizadas por Einstein que no se pudieron demostrar en su momento como que el tiempo pasa más lento si nos movemos con más rapidez el asombro que deja su legado se incrementó. Sin embargo, cuando un supuesto experto predice el futuro se dedica, la mayor parte de las veces, a vivir del cuento. Siempre tiene excusa en caso de error: “Este matiz concreto no se había dado nunca”.

De hecho, tendemos a comprobar si las predicciones se cumplen o no. Lo que no hacemos es analizar un hecho en sentido contrario. En otras palabras, ¿pudo alguien predecir un hecho concreto? Ejemplo sencillo, la llegada de los talibanes al gobierno de Afganistán. ¿Lo tenía alguien previsto? No. Es más, el objetivo era evitar el cambio de régimen... ¡antes de la llegada del invierno! Más casos: la crisis de suministro con el gas y la electricidad por las nubes, que se haya multiplicado el precio de transportar productos en contenedores por 6, que la inexistencia de microchips llegase a paralizar algunas fábricas, que en Perú o Chile la segunda vuelta de las elecciones haya sido entre las opciones más extremistas, que en China pondrían recompensas por hacer una prueba y dar positivo por covid, la aparición de nanopartículas que convierten un ratón gordo en uno flaco, que la sexta ola de coronavirus sea tan intensa, que hayamos tenido una lluvia tan inmensa con semejantes inundaciones, que la tasa de desempleo haya sido tan baja, que los precios del petróleo estén tan altos... son sucesos que pocos “expertos” habían tenido en cuenta. Una predicción típica: “Las personas van a trabajar en puestos que todavía no se han creado”. La cuestión es que se decía eso hace diez años y seguimos igual. El mundo cambió de forma brutal entre 1940 y 1980; basta ver la evolución de las fotos de los interiores de los edificios. Inventos como la lavadora o televisión sí cambiaron vidas. Desde 1980 hasta ahora, las únicas innovaciones importantes han sido Internet y el teléfono móvil. El resto, mejoras de lo ya existente.

De la misma forma, muchas veces no sabemos si una política es acertada hasta que se aplica. En ciudad de México, a finales de la década de los 80, se restringió el tráfico de vehículos según su matrícula para disminuir la contaminación. ¿Qué pasó? Muchas personas se compraron un coche de peor calidad (y con la matrícula adecuada para conducir todos los días) con lo cual la polución... ¡aumentó! Otras veces sí se sabe el resultado: por ejemplo, los precios máximos en alquileres siempre disminuyen la oferta.

Como caso extremo, tenemos a Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, quien proponía matar a las personas que estuviesen en la calle siendo positivos de covid. Aquí el resultado está garantizado.

Volviendo al tema principal, existe una gran cantidad de profesiones que viven de predecir el futuro o vislumbrar tendencias con la tranquilidad de saber que en caso de error no pagarán por ello. El caso más obvio y menos nombrado: la cantidad sideral de asesores que existen no solo en política, también en grandes empresas. No es el caso del pequeño empresario que arriesga su patrimonio y que además del riesgo de su actividad económica debe asumir, en la actualidad, el riesgo sanitario.

En consecuencia, ¿qué aprendizaje podemos obtener de todo esto? Tenemos tres conclusiones. Es algo práctico: nos cuesta recordar más de tres ideas cuando tenemos una conversación o acudimos a un evento.

Uno, distinguir profecía de predicción. Es como la astrología y la astronomía.

Dos, prepararnos siempre para las zozobras. Los buenos barcos son los que resisten bien las tormentas.

Tres, aprender a vivir con incertidumbre.

En definitiva, vivir el presente aprendiendo del pasado para mejorar el futuro. * Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela