L pasado verano realicé mi primer trayecto en un tren de alta velocidad. Un viaje de ida y vuelta desde Madrid hasta Cuenca, en Castilla La Mancha. 45 minutos de reloj. Ese desplazamiento en autobús me hubiera costado, como mínimo, dos horas y media. Fue en un fin de semana de agosto, y por motivos de trabajo tenía los horarios muy limitados. Sin esa opción de tomar la alta velocidad, no hubiera podido disfrutar de la mencionada ciudad.

Todo esto me llevó a darme cuenta de una cosa. Hasta ahora solo había sido un mero espectador en el debate entre partidarios de la construcción del TAV en Euskadi y los detractores del proyecto. Este enfrentamiento dialéctico existe desde el inicio de la propuesta que pretende unir las capitales vascas entre ellas mediante alta velocidad, así como la conexión con otras capitales europeas como Madrid o París.

Si bien mi balanza casi siempre acababa inclinándose hacia una postura favorable a la construcción del TAV, el retraso de las obras y algunas sombras en el proyecto me producían cierto temor. No es mi intención lanzar un alegato radical a favor de la infraestructura, solamente busco compartir mi experiencia personal y mi parecer frente a una polémica que creo que debería debatirse con más sosiego.

Pongámonos en situación. Me ubico en la perspectiva de que vivo en la zona metropolitana de San Sebastián, por tanto, la situación en el resto de territorios históricos puede no ser la misma. Ahora mismo, en caso de necesitar ir a Madrid, ya sea por conectar allí con un vuelo internacional o por motivos de trabajo, todo se convierte en una odisea. La única opción veloz es tomar un avión, que si bien los precios han descendido en el aeródromo de Hondarribia, siguen estando lejos de ser asequibles para todos los ciudadanos. Solo nos queda tomar el autobús, cuyo trayecto no desciende de las cinco horas. Además, salvo ofertas concretas, el precio del billete de ida y vuelta no baja de los 75 euros. El tren ronda las mismas cantidades, tanto en lo relativo al precio como en las horas de trayecto.

Muchos tacharán el TAV como un despilfarro de dinero público. Respeto que haya gente que pueda pensar así. Lo que ya no es de recibo es que para justificar su oposición al proyecto se lancen consignas que faltan a la verdad. No, no es cierto que el Gobierno Vasco debería gastar el dinero destinado al TAV en otros temas, como pueden ser políticas sociales. Lo primero, porque la competencia del TAV es del Estado, concretamente del Ministerio de Fomento. El dinero que puede adelantar el Gobierno Vasco luego le es devuelto vía Cupo. Y en segundo lugar, porque en el hipotético caso de que Euskadi rechazara construir el TAV, el Estado no va a dar a las instituciones vascas ese dinero para gastarlo en otras cosas. Se gastaría ese presupuesto en construir el TAV en, digamos, Soria.

Tampoco cabe decir que la infraestructura es una imposición que la sociedad vasca no desea. ¿Hay acaso informes que muestren que la mayoría de la sociedad en Euskadi es contraria a la construcción del TAV? ¿En qué se basan quienes hablan de imposición? La construcción de la alta velocidad en este país fue aprobada en el Parlamento Vasco, por una mayoría parlamentaria amplísima. Mayoría que, recordemos, fue elegida libre y democráticamente en unas elecciones por los ciudadanos vascos. Mayoría que se sigue manteniendo elección tras elección.

No pretendo ridiculizar a nadie. Sé que algunos de los defensores más fervorosos de la construcción del TAV llegan a acusar a los detractores de que si fuera por ellos aún nos desplazaríamos en caballo de un municipio a otro. No voy a caer en semejantes argumentos. No me parece que el debate que merece este tema deba ser el de un patio de colegio. Sé que muchas personas contrarias a la infraestructura mantienen su “no” basado en argumentos de peso, y considero que siempre hay que escuchar a todo el mundo.

Aun y todo, y siendo yo una persona favorable al TAV, creo que debemos hacer una pequeña reflexión respecto al proyecto. En ocasiones, desde las posturas favorables se ha hecho una defensa acérrima de la infraestructura, sin llegar a aceptar críticas que, tomadas en consideración, podían haber supuesto una mejora. Esa defensa a ultranza sin utilizar tantos datos ha podido causar desapego en ciertos sectores inicialmente neutrales.

Pero volvamos a la actualidad. Lo realizado en el pasado no puede cambiarse ya. Hay que ser conscientes de una realidad. La construcción del TAV en Euskadi ya no tiene marcha atrás. No va a dejarse la obra sin finalizar. Cualquier persona es ya consciente de ello. A estas alturas no creo que haya que pedir a los detractores que apoyen el TAV de manera incondicional. Solamente pido que no obstaculicen. Nadie habla de no opinar o no mostrar el rechazo a la obra, sino de no poner más palos en las ruedas.

Servidor no gana nada defendiendo el TAV. Soy solo un ciudadano de a pie que habla desde su experiencia personal. Habrá personas con mayor capacidad para debatir sobre este tema, tanto para mostrarse a favor como en contra. Solo busco moderar posturas. Creo realmente que la sociedad vasca merece un debate alejado del ruido y la politización continua. Cada uno en su postura, pero seamos serios. * Periodista