abino Arana transmitió mejor que nadie cual es la pasión primordial del nacionalismo vasco. No es ninguna de las cosas que sus enemigos generalmente le atribuyen (el racismo, el odio a España y los españoles o el deseo de la independencia). Escribió una vez Arana Goiri: “Pueblo mío, ¿he nacido yo para verte morir?”. Su pasión dominante -la que hizo que se preocupara de la suerte del pueblo vasco, la que le llevó a sus convicciones de que Euskadi era su patria, la que marcó sus evoluciones- fue el deseo de la supervivencia del pueblo vasco, de su identidad cultural, social y política.

Este nacionalismo está basado en una percepción de la historia, es decir, en un “mito”. Las pasiones políticas suelen ser movidas por visiones “míticas” que encuentran su refrendo en aquellos que las comparten. El mito del nacionalismo vasco es uno referido al “origen” y se remite al primer programa del PNV: la abolición de las leyes abolitorias de los fueros y la restauración de la situación anterior a 1839. Se trata de una visión “ideal” pero que, siendo compartida por la mayoría de los vascos en un largo trecho de la historia, era expresión de una voluntad nacional y por eso el nacionalismo la hizo suya.

A partir de 1936, con el franquismo victorioso, como tras la derrota carlista de 1876, pero con una resultante mucho peor, surgieron nuevas generaciones de vascos con la pasión de la “supervivencia” de su identidad que parecía que se iba. La interminable dictadura, la emigración, el retroceso del euskara, la pérdida de la memoria histórica fueron factores que parecían vaticinar la muerte de lo vasco. El grupo EKIN, que luego daría pie a la sigla ETA, fue creado por personas que sentían desesperadamente la urgencia de esa situación. Al principio, parecía que se encontraba ligado a la acción del Gobierno Vasco en el exilio, ya que sus miembros participaron en el Congreso Mundial Vasco de 1956 e incluso hubo un proceso de unificación entre EKIN y Euzko Gaztedi, con la pretensión de hacer un frente juvenil unido en la etapa de estabilización del franquismo.

Por diversas razones, EKIN-ETA rompió con ese proceso y pese a que en su manifiesto de 1959 todavía mostraba su fidelidad al Gobierno Vasco, en su evolución posterior al marxismo y a la lucha armada rompió también sus ataduras con esa institución y lo que representaba. En el camino, la pasión política del nacionalismo, la pervivencia de la identidad vasca, también se transmutó para ETA. El mito del origen fue orillado o puesto al servicio de otro mito: el del futuro y el de la revolución. Los vascos, según los ideólogos de la Izquierda Abertzale, ligados en el pasado a una causa reaccionaria, como la del clericalismo, el legalismo y la fidelidad a la democracia representativa, por la evolución de la historia, tenían que bascular a una liberación cuyo horizonte era un futuro en connivencia con las luchas revolucionarias de otros países, incluida España. Euskadi tenía que ser la Cuba de Europa, como comunicó José Antonio Etxebarrieta en el Primer Congreso Trilateral de La Habana en 1967.

Las revoluciones victoriosas en el mundo proyectaron, para ETA, una razón que se presentaba con el equipaje de una pasión arrolladoramente victoriosa. Eso presupuso no sólo la lucha contra el Estado sino también la lucha dentro de Euskadi. El antagonismo con el Estado era la justificación del dominio sobre Euskadi. Por eso, cuando hablamos del fracaso de ETA, habría que hablar de un doble fracaso; el fracaso militar frente a las fuerzas de seguridad españolas y vascas; y el fracaso político frente a la sociedad vasca.

Cada generación de nacionalistas se enfrenta a circunstancias en las que la supervivencia de lo vasco corre peligro. Ante la globalización, y el retroceso de la personalidad vasca en la propia Euskal Herria, el nacionalismo debe buscar el camino para ser fiel a su pasión originaria. Su mayor problema reside en que la idea nacional se encuentra divida entre la pasión tradicional de pervivencia y la nueva pasión de la revolución local, estatal y mundial. La gran razón que esgrimía ETA, frente al nacionalismo del PNV y el Gobierno Vasco, era que estos habían fracasado. Hoy en día, se da la paradoja que la pasión tradicional creó un ordenamiento inspirado por las antiguas instituciones que es novedoso y eficaz (el derivado del Estatuto de Gernika y los Derechos Históricos). Mientras que la pasión del futuro-revolución ha causado casi mil asesinatos, miles de presos y la disolución de ETA. Como conclusión, los herederos de esta pasión terminan haciendo lo que antes acusaban al PNV, “mercadeando” en el Congreso Español. * Catedrático de Historia