l antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, Josep María Bartomeu, se defendió de las críticas a su gestión argumentando que parte de culpa la tenían los futbolistas: “Les hice caso”. Y aunque no sea el propósito de estas líneas comentar temas deportivos, sí lo es el patrón oculto que se observa: muchas veces realizamos errores imperdonables por hacer caso a los demás sin pensar suficientemente en las consecuencias de nuestros actos. De hecho, es una argumentación muy cómoda que ni siquiera nos reporta dolores de cabeza: al fin y al cabo, si algo sale mal siempre tendremos el consuelo de saber que no toda la culpa es nuestra. Sin embargo, dicho consuelo es falso. La responsabilidad decisiva es de quien toma la decisión.

Las últimas sentencias del Tribunal Constitucional han ratificado que el confinamiento sustraía derechos y libertades de la ciudadanía. Tres aspectos de interés se pueden valorar en este caso. Primero, no es bueno que no haya unanimidad en la sentencia. Por un lado, denota que las leyes no son claras. Por otro, soslaya la carga ideológica del tribunal, con magistrados etiquetados como conservadores o progresistas. Segundo, los responsables políticos no han pagado por los errores cometidos en la gestión. Eso es un problema muy pero que muy grave: una sociedad no puede avanzar con ciudadanos de dos categorías: los que pagan por sus errores y los que no. ¿Y luego hablan de que existe desigualdad? Sólo les preocupa la económica. La jurídica, desde luego que no. Tercero y es el asunto que nos ocupa: todos los políticos sin excepción han argumentado que se dejaron llevar por los expertos. Es decir, entran en el modelo “les hice caso”. Es como apostar a cara o cruz. Si sale cara, gano yo. Es decir, mi gestión ha sido la adecuada. Si sale cruz, pierdes tú. En otras palabras, los culpables son los expertos.

Lo curioso es que en otro tipo de gestiones no se consulta muy a menudo a los expertos. Uno no duda de que al realizar los Presupuestos Generales del Estado (la misma lógica se puede usar para una comunidad autónoma o un ayuntamiento) se consulte a los entendidos. Pero nadie nos dice quienes son, ni las argumentaciones aplicadas para subir los impuestos, intervenir en los alquileres, suprimir las ventajas fiscales de los planes de pensiones o crear peajes en las autovías. Muchas veces parece que se gobierna a golpe de ocurrencia. Vale, que no. Que las cosas se estudian. Que se profundizan. Que se analizan. Bien, claro que sí. Entonces, ¿por qué no nos lo cuentan? Cuando un ayuntamiento implanta zonas azules, amarillas, rojas, verdes o violetas, ¿por qué no explica a los vecinos afectados cómo se van a incrementar sus servicios públicos? Mientras no se avance por este camino, no maduraremos como sociedad. El dinero público es de todos y merecemos saber cómo se gasta al detalle.

Claro que no todo es política ni fútbol. No es fácil tomar algunas decisiones. ¿Qué estudiar? ¿Es mejor preparar oposiciones, emprender o trabajar por cuenta ajena? Si alguien desea emanciparse, ¿es mejor comprar o alquilar? ¿Qué zona es la más adecuada para vivir? ¿Es útil comprar un coche? ¿Por qué no un patinete eléctrico o una bicicleta?

Cuando tomamos este tipo de decisiones, debemos pensar en el interés de la persona que nos va a aconsejar. Para un carnicero, un heladero o un bodeguero su producto es el mejor y más saludable. En un caso extremo, un joven tentado que cae en el vicio de la droga siempre podrá decir que “les hice caso” ya que “todos lo hacían”. Una curiosidad: aunque tenemos una tendencia natural a evitar el conflicto (cosa de la que se aprovechan muchos espabilados en multitud de ámbitos de la vida) a largo plazo se valora más a las personas con criterio propio. Una selección apasionante del personal de una empresa, argumentada por el mentor de ejecutivos Marshall Goldsmith, es la siguiente: “según mi experiencia, cuando los empleados hacen lo que eligen hacer, solemos considerarlos comprometidos. Si por otro lado, están haciendo lo que tienen que hacer, decimos que cumplen”.

Estas ideas nos permiten sacar dos conclusiones fundamentales. Primero, cuando alguien dice “les hice caso”, o se está quitando un peso de encima para echar la culpa a otros, o no sabe tomar decisiones por sí sólo, o las dos a la vez. Segundo, puestos a elegir, es mejor elegir lo que hacer a dejar que otros lo hagan por nosotros.

En el área de las finanzas se comenta a menudo que “si no eres jugador, eres parte del terreno de juego”.

En el área de la vida, es mejor seguir el consejo de Einstein (“se trata de saber las reglas y después jugar mejor que nadie”) que ser parte de un terreno de juego. * Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela