o sé si será cierto todo lo vomitado en sede parlamentaria por el corrupto comisario de policía Villarejo, personaje ya ineludible del esperpento nacional, pero vistos los antecedentes suena verosímil que M. Rajoy o Mariano Rajoy, o lo dos, se expresara en esos términos con el fin de hacer desaparecer las pruebas de que M. Rajoy era y es M: Rajoy, entre otros: “¡A trabajar!”. Y el pocero de las cloacas se puso a ello con entusiasmo, convencido de que aquel trabajo servía para engordar su ya considerable fortuna, conseguida en el inmenso pozo negro del Estado de una manera que le ha conducido al banquillo de los acusados por hechos delictivos y punibles de grueso calibre.

La de este siniestro personaje ha sido una canallesca exhibición de desvergüenza hablando de personas desaparecidas en manos del GAL -“Hubo dos o tres que se perdieron por ahí”-, o de quienes estaban detrás de esas siglas, como Barrionuevo o el siniestro Vera que hace unos días se permitió el lujo de afirmar que esos crímenes (organizados a todas luces desde aparatos del Estado) estaban en la línea correcta: la del asesinato de Bin Laden. El delincuente oficia de mártir...

El gánster policiaco declaró que a él le hubiese gustado participar en los crímenes del GAL, pero que no participó, que sus compañeros lo hicieron muy bien. Sientes asombro e indignación, pero ahí para la cosa. Es decir, lo que la policía no te permite a ti a él se lo consiente. A esto se le llama Estado de derecho, sobre todo si comes de él.

El problema no es que ese maleante que alcanzó la cúpula policial de un país mienta o no tenga pruebas de lo que dice, sino que justifique en sede parlamentaria el terrorismo de Estado sin que pase nada ni se mueva en su dirección un solo dedo jurídico de esos tan sensibles en casos del común. Y no solo eso sino que afirma que al emérito en fuga que Felipe González quiere traer en pompa, le inyectaron hormonas femeninas para rebajarle la libido o su priapimmo, que decía un poeta del madrileño Café de Gijón: “Se consideraba un problema de Estado que fuera tan ardiente”. El esperpento y la certeza de vivir en un país chungo de veras, los tenemos servidos.

Sin salir del Ruedo Ibérico, un juez justifica la obediencia debida como justificación del delito perpetrado por uniformados; otro más dice que el uniformado cometió un delito de detención ilegal y otro de lesiones leves, pero nada dice de la evidente denuncia falsa por parte del uniformado ni del abuso de autoridad que va con ella; la inclusión en el Tribunal Constitucional de la verde magistrada del caso Altsasu no se ve como algo temible, sino como una conquista democrática. ¿Qué clima es este? Irrespirable, pero lo respiramos a pleno pulmón y más si es sentados en una terracita birra en mano disfrutando de una libertad de la que no goza ningún otro país europeo, ninguno, oiga, este, dicen, es el modelo de vida feliz a seguir, lo dicen y son aplaudidos.

¿Qué pensará Marchena de todo esto? Me gustaría saberlo y con él, todos los togados que se atrincheran detrás de la rojigualda hecha recortada. Después de un juicio infumable que sienta el precedente judicial de que pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana, vemos a Marchena empeñado en derribar al diputado canario que tiene pelo y él no, o poco y de mal aspecto (a juzgar por las fotografías). Marchena contra el pueblo, el pueblo contra Marchena pues, pero no, la Batet, presidenta del Congreso, de manera poco digna (opinión muy particular), se baja los pantalones (expresión muy popular) contra el criterio de los servicio jurídicos de la Cámara y, antes de que se reúna una Mesa del Congreso ya convocada al efecto, le arrebata el acta al diputado canario Alberto Rodríguez. Está claro quién manda aquí o se impone, o detenta poderes que no le corresponden. Es preciso una batalla jurídico-político, y mediática, en la medida en que se pueda, que poco se puede, ya sé, contra las decisiones políticas de ese magistrado, porque tienen un tufo raro, como a sectarismo y odio de clase, disfrazados del más puro espíritu de culto a la Justicia, como si esta fuera un misterio guardado en una entogada caverna y Marchena su guardián. No la culpo a la Batet, a mí también todo esto me da mucho asco, pero tengo que tragar, no por respeto a nadie ni a nada, sino por miedo a la multa, al palo. ¿Creo en la autoridad? Ni por asomo, procuro que no me vea, parapetarme, camuflarme, etcétera.