e dice mi amigo fantasmal Cicerón, que por afición, sigue las cuitas de nuestra clase política: “No dejáis de sorprenderme por la carencia de sentido común de muchos de vuestros dirigentes, vistos los líos absurdos que ellos mismos crean, para alborozo de sus adversarios y perjuicio propio.” “Me refiero a líos como el que están organizando en Madrid el actual presidente del PP y sus pretorianos del aparato, gentes cuyo cometido parece ser jalear sus ocurrencias”.

Según Cicerón, “tenéis estos días a Pablo Casado metido en un debate público infumable con una figura ya obsoleta de la política madrileña, la expresidenta de la Comunidad Esperanza Aguirre, a cuenta del futuro Congreso Regional del PP en Madrid y del reparto de los cargos internos en el partido”.

“El meollo del asunto”, resalta Cicerón, “es si Casado, por ser el presidente nacional del PP, puede decidir arbitrariamente cuestiones respecto a un Congreso para el que no tiene competencias sobre los cargos que se eligen.

Está claro que algunos políticos en Madrid se han debido olvidar que los partidos son organizaciones que legalmente han de gobernar mediante democracia interna, contándose los votos de los militantes compromisarios de sus congresos”.

Para Cicerón, en el Congreso de Madrid lo que se dirimen de verdad son los equilibrios internos de poder entre tendencias diferentes del PP, y testar qué líderes o lideresas se refuerzan y si sitúan a vasallos de confianza en los puestos internos clave de Madrid, un movimiento más dentro de una batalla interna a largo plazo por el control del PP de cara a las próximas elecciones generales, locales y autonómicas en 2023, y a las nuevas elecciones generales.

Sin saberlo, Casado ha desempolvado del tarro de las más antiguas justificaciones de la unción pública por parte del líder a protegidos y favoritos de su autoridad política, el antiguo concepto de llevar públicamente “el lazo púrpura” de amigo y favorito del César y, por tanto, algo que debe de ser aceptado por todos lo que el César disponga y el amigo ha de ser preferido a otros posibles candidatos. La costumbre del lazo púrpura es una consecuencia práctica del cesarismo como forma de gobierno.

Según Cicerón, es como si aquellos que Casado elija en Madrid para ocupar los cargos se quedaran investidos de su plácet con una frase pública de espaldarazo -“hoy te toca”- recibiendo una especie de lazo púrpura público como el que en mis tiempos lucían en Roma los amigos personales y los favoritos de los Césares y que era un signo que les situaba por encima de las leyes y de la voluntad del Senado, pues, dada su amistad con el César, el lazo pesaba más que el voto de los trescientos senadores y las mismas leyes. Por dejar pasar cosas así se perdieron al final las libertades ciudadanas en Roma y dejamos de ser ciudadanos, pasando a ser súbditos del autócrata de turno.

Cicerón concluye su análisis señalando que el asunto que se resolverá votando en el Congreso de Madrid es quiénes pesan más para los compromisarios:

“Si los candidatos ungidos y apadrinados por Casado con su lazo púrpura público y el respaldo del aparato de Génova 13, operación que se pretende llevar a cabo utilizando de ariete al moderado Almeida ¿Qué hace metido el prudente alcalde en semejante avispero?”

“O, si pesan más para los compromisarios los candidatos del entorno de Ayuso y tras su victoria cuasipersonal el 4-M y haber logrado mantener el Gobierno regional del PP pese a los dramáticos efectos de la pandemia. Lo cierto es que Ayuso enfrentó además una dura ofensiva político-mediática durante meses para deteriorar su imagen, dirigida por la Moncloa y el hoy defenestrado Iván Redondo y Pablo Iglesias -la catilinaria Quimera-, también dimitido tras el 4- M”.

En unos meses sabremos quién pesa más, los lazos púrpura o Ayuso.

Cicerón me dice que, en realidad, ya hay un perdedor: el propio PP, cuya imagen de unidad se ve dañada. Y un ganador indirecto, Pedro Sánchez y el PSOE. “Conflictos como este de Madrid son aún más absurdos cuando el viento político soplaba allí precisamente a favor del PP desde el 4 de mayo.”

“Tendría gracia que Casado cometiera el mismo error que Sánchez en los pasados Idus de marzo, confiarse demasiado en su aparente poder absoluto interno y despreciar a su rival. Y que al final Casado resultara ser la última víctima política del 4-M...”

Me apunta Pompeyo, otro de mis fantasmas favoritos para charlar de política: “Tenéis el país lleno de pequeños césares en la derecha, el centro y las izquierdas y en los partidos localistas y regionales. El cesarismo, contra el que yo luché toda mi vida, es una actitud que se multiplica por imitación de la costumbre del propio César sobre su derecho divino a mandar con poder absoluto que envidian quienes son jefes de rango inferior cuando lo ven, y pretenden enseguida adoptarlo en sus ámbitos respectivos, y así se transmite el cesarismo como una lepra a en la sociedad. ¿Quién no quiere ser un pequeño César autókratos, como decían los griegos?” Allí donde mandan estas gentes, gobiernos, partidos, empresas públicas, no admiten la más mínima oposición interna.

Pero los césares tienen su tiempo contado. Muchas veces me ha recordado Cicerón que “los que se creen un César, para gozar de su poder absoluto suelen olvidar que inevitablemente deberán pagar un precio por su pecado de hybryx, soberbia, y que les llegarán sus propios Idus de Marzo, pues así lo han decretado los dioses para castigo de todos los que están henchidos de autoconfianza”. Además, “Fortuna muchas veces es ciega y parece complacerse en cegar también a quienes favorece para quitarles lo que les ha dado.”

Planteo a Marco Tulio dos preguntas: ¿por qué muchas veces admitimos sin apenas reaccionar que estas personas actúen así como pequeños autócratas y nos impongan sus caprichos? ¿Cómo moderar sus arbitrariedades con las leyes?

Cicerón me contesta: “En vuestra sociedad, la apariencia lo es todo, y la apariencia de los que ostentan poder es precisamente su propio poder, así que aceptáis sus arbitrariedades porque son poderosos. Pues en el fondo admiráis el poder que poseen, como si el poseerlo fuera casi una virtud personal de ellos, aunque solo es en realidad una concesión temporal otorgada por los ciudadanos”.

Termina Cicerón con una observación de Platón: “Es difícil dar leyes con las que poder controlar la soberbia de los arrogantes y obligarles a cumplirlas, y nadie tan arrogante como un hombre mediocre próspero y más aún si ostenta cargos de poder”.

Pompeyo remacha el comentario de Platón: “Los mediocres nunca renunciarán a su poder de buena gana, muy al contrario, querrán enquistarse en él, pues saben que si lo dejan, nunca volverían a tener un poder similar.”

”Vuestro mayor problema con la clase política actual es que tenéis enquistados muchos pequeños césares mediocres en partidos y gobiernos. Tenéis, me parece, como decís ahora, un problema de educación en valores.” * Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia (1999-2019)