onforme cumplo años, conforme vivo más, siento más, observo más, leo más... tengo la extraña sensación que soy un completo ignorante. Y no es falsa modestia, es una acusación íntima y personal que a veces me atenaza. Un buen amigo me dice que a él le libera, que le quita presión y que por eso cada vez calla más. Y eso es lo que me asusta de mi percepción de ignorancia, que me haga callar, que me silencie por miedo al ridículo, al error atrevido.

Por otro lado, sé que sé, que he aprendido mucho, que a base de preguntarme, de interrogarme, de preguntar, de escuchar, de compartir y de mostrar interés, la gente y la vida me han ido enseñando. Un aprendizaje inconstante, a veces torpe, la mayoría de las veces doloroso, las menos gloriosas. La edad, los años cumplidos, no pasan en balde, el físico se resiente, se vuelve torpe, hasta doloroso, pero también es cierto, que solo por el mero hecho de vivir, de haber conseguido llegar hasta aquí, uno/a ya sabe mucho. La experiencia es un grado, eso en incuestionable.

Presiento que a nuestra generación, y no sé por qué, nos han hecho sentirnos pequeños, que la sabiduría de la gente sabia, de los y las maestras, estaba al alcance de unos pocos elegidos de una cierta y elitista clase social. Nosotros, los eternos aprendices, nunca alcanzaríamos la cúspide del saber, los altares del reconocimiento, ni nunca saborearíamos las mieles de la perfección del humanismo completo, nunca podríamos dominar el conocimiento en todas sus facetas. Y nos lo creímos, nos lo hicieron creer, vivimos acomplejados y por más que aprendemos más inalcanzable se queda todo. Nos asomamos al abismo del saber y nos entra terror escénico, porque no somos capaces de mirar lo que sabemos, sino que solo vemos lo que nos queda por saber y ese abismo es infinito ¿cómo vas a sentirte bien, cómo vas a motivarte así?

Hubo una respuesta que nos hizo coger algo de aire, nos especializamos en algo y de ese algo sí teníamos la sensación de saber, al menos nos lo reconocían. Pero el tiempo es inexorablemente cambiante, y nuestra especialización caduca, se vuelve obsoleta y con esa obsolescencia (¿programada?) caemos nosotros. El presente nos supera, la modernización nos fuerza a una constante actualización y eso nos acaba agotando. El propio Internet, el conocimiento total al alcance nos empequeñece. Y es entonces cuando todo se desvanece, cuando caes al abismo, no del conocimiento sino de la depresión y de la dejadez. Te abandonas y dejas de hacer, de preguntarte y de curiosear.

Derrotados y vencidos, llenamos terrazas, restaurantes, aviones, carreteras... bebemos y zampamos para que el placer físico supla al intelectual y huimos de nuestro entorno acusador para fundirnos en el anonimato del turista.

Antes de llegar a esto, hay que parar y comparar. Sabemos más de lo que nos parece, somos más sabios de lo que nos ven y hemos acumulado tanta sabiduría que pese a quedarnos mucho, muchísimo, también sabemos mucho, muchísimo. Como dice Pablo d’Ors en su bello libro Biografía del silencio: “En el fondo todos somos mucho más sabios de lo que creemos... (..) cada cual es ya un cosmos entero de conocimiento y sabiduría”.

Yo a mi buen amigo del principio le digo que comparta lo que sabe, porque la sabiduría de toda persona es importante, es lo que nos hace avanzar, reflexionar y contraponer pensamientos enriqueciéndonos.