or fortuna no escribí nada acerca de los ocho enmascarados que le grabaron no se qué en el culo -glúteo, que sí, pero culo al fin y al cabo, aunque no quede tan fino- a uno, en el barrio madrileño de Malasaña. Uno que gracias al folletín de pan llevar que se había montado, tuvo sus desbocadas horas de gloria mediática porque el país entero se alborotó pidiendo salir a la calle (con motivo), y ningún logro práctico, porque la repulsa social no le inquieta al canalla lo más mínimo.

Eso sí, al Gobierno le inquietaría mucho más una salida masiva a la calle con fuegos diversos a los chaparrales eléctricos, para atacar de manera frontal al negocio de las eléctricas. Motivos reales para hacer estallar motines violentos hay, pero los amos del negocio saben que nadie va a salir en tromba a la calle a darle fuego al chaparral. Eso es odio, es violencia, es un mal camino... sin violencia se puede hablar de todo: mentira, sí, pero tranquiliza mucho.

Tampoco escribí de la anciana okupada por una inmigrante magrebí mientras estaba en el hospital y en silla de ruedas. La verdad es que no hice ni caso. Un folletín que ocultaba una trampa como la copa de un pino y un daño doloso, aunque en realidad todo eso entre dentro de lo que la doctrina jurídica italiana define como bagatelas: son tantas las trampas e ilegalidades de pura supervivencia que no se daría abasto para atajarlas. Al que vive en el miedo y con el agua al cuello no le pidas virtudes marianas.

Tampoco hice mucho caso de la denuncia de las bolleras, que así se presentaban, que gracias a sus patrañas engordaron su mundo de influenciadoras, vulgo coristas del esperpento arrevistado en el que vivimos. Influenciadoras... quienes describen qué cosa es eso dicen que son personas que para influir al público gozan de cierta credibilidad... ay, carajo, credibilidad de frikis y botarates consentidos, ay, esto es un país de orates, qué digo país de orates, La Isla del Doctor Moreau, con la salvedad de que todos sus habitantes parecen normales a primera vista, hasta que la cruda realidad se impone: los fenómenos, los frikis, los estrafalarios de profesión u oficio, los monstruos VIP y no VIP gozan de una excelente salud y hacen negocios fabulosos en las redes sociales y medios de comunicación en los que son exhibidos.

Vivimos a golpe de emoción. Juegan con eso. Recuerden los atentados de Atocha. Raro es el que, gracias a la labor intoxicadora del maleante Aznar, no se dejó llevar en un primer momento por el sangriento espectáculo de la tragedia y culpó a ETA, aunque al Gobierno le saliera mal la jugada: perdió las elecciones.

No hay mal que por bien no venga. Vuelvo a Malasaña. Dicen que sea o no una patraña, que lo es, lo sucedido visualiza un problema real: las agresiones. Es posible, al menos durante un rato. Pero ese mismo silenciar una muestra del imperio de la mentira y de nuestra manipulación constante, de la máquina de fango en la que estamos metidos, significa un minimizar estas. Y por lo visto nos gusta, porque con nuestros boteprontos (en aluvión) hacen política.

¿De quién fiarse? Está visto que de nadie y eso justamente lo permite todo, cualquier infamia. Mientras tú creas que la canallada es mentira, y que es cierto lo que es un invento malicioso, el autor de las fechorías puede hacer lo que le venga en gana de manera impune.

Tampoco he escrito nada sesudo, de seria interpretación sociológica, sobre el niño de 13 años que para saber lo que es matar le ha abierto la cabeza a su amiga de 14 con una pata de cabra... ¿Pata de cabra? De su mano he ido a dar al esperpento del obispo de Solsona enamorado de una profesional del tenebro, las posesiones demoniacas y demás cucamonas, por creer que la pata de cabra era algo demoniaco y aquelárrico, hasta que me he dado cuenta de que no es otra cosa que la familiar barra de uña, tan útil en tantos casos. Zambomba, bruto el mozo, por mucho que esté adornado de un coeficiente o cociente, o como se diga, pero intelectual, harvardiano total, que para mí lo quisiera. No sé, me río, pero el conjunto de lo expuesto, mera vitrina de un vivir diario, menú mediático de diario y de festivo, produce más tristeza y desesperanza que otra cosa... la conjura de los frikis. Acabará imponiéndose de mala manera.